lunes, 19 de octubre de 2009

En China los fusilan

La Calle
Luis González de Alba
2009-10-19•Acentos


Nadie con un mínimo sentido de la justicia social puede estar contra el hecho de que trabajadores de una empresa X tengan salarios, prestaciones y jubilaciones decentes, y aun privilegiadas. Pero es una indecencia que el secretario general del sindicato de X gane, a cargo de los contribuyentes, más que un Presidente de la República y que para sostener esas prestaciones en un país concreto, México, y no Dinamarca, 42 mil trabajadores chupen del gobierno lo mismo que se destina a 25 millones de pobres con el programa Oportunidades o el doble que la venerada Universidad Nacional, con 300 mil alumnos. Eso se llama asalto, robo, despojo. En China comunista los fusilan.
La culpa es de la empresa, por supuesto. Por eso la liquidada es la empresa. Pero, si nos olvidamos de argumentaciones sofistas y nos dejamos de leer la mano entre gitanos, tampoco es posible ignorar que una empresa dirigida por un burócrata con sueldo fijo hace lo que el sindicato le pida si desde arriba le financian las nuevas y decentes prestaciones.
Todo patrón tiene derecho a liquidar una empresa con la que pierde, lo puede hacer cuando lo decida con la única salvedad de indemnizar a sus trabajadores según la ley y los términos del contrato. Y en Luz y Fuerza del Centro el patrón es el gobierno desde que el presidente López Mateos la compró para salvar a patrones particulares que así vieron premiada su incompetencia. El SME, sindicato que alguna vez encabezó movilizaciones democráticas, sostiene que se le hacen pagar errores de la empresa. Sería verdad en una empresa privada, pero el SME tuvo por patrón a un burócrata.
Lo que un sindicato de empresa privada jamás haría, porque sabe que pone en riesgo la existencia de su fuente de trabajo, el sindicato de una paraestatal se lo permite: sabe que la empresa no quebrará porque tiene detrás el presupuesto federal de un país que está entre las primeras doce economías del mundo y al frente a un burócrata que no cuida su bolsillo, sino su chamba y no quiere que le hagan olas.
Los 42 mil millones que tanto se han mencionado como subsidio, no son sino la pérdida de la empresa. A sus gastos corrientes se deben sumar los ingresos por cobro de electricidad que no producía, sólo compraba como cualquier intermediario. ¿Qué ha pasado en México que la izquierda defiende el intermediarismo, ventajas, ineficiencia y prepotencia de pocos?
El SME se ganó veinte años más de vida con su apoyo a Salinas de Gortari. La Quina, que jugó a favor de Cuauhtémoc Cárdenas en su candidatura del 88, pagó el error con la cabeza.
Nadie puede estar en desacuerdo con que los trabajadores tengan facilidades para hacer deporte. Pero de ahí a tener una duela de bambú de las que cuestan millones a los equipos profesionales de básquet hay el abismo que separa al empresario que cuida su negocio y al burócrata que sólo pide más presupuesto. Es el abismo que hay entre los trabajadores que cuidan su fuente de trabajo, porque saben que demandas excesivas la llevarían a la quiebra, y quienes saben que no habrá quiebra ni jubilándose a los 45 años de edad si entró a los 15, y con 3.3 veces el salario promedio porque detrás no hay un empresario, sino los contribuyentes del país.
Lo sabemos todos: los sindicatos buscan, o deberían hacerlo, los mejores salarios y prestaciones para sus agremiados. Y nada es excesivo ni injusto: todos queremos vivir lo mejor posible. ¿Dónde le para un sindicato en sus demandas? Donde ve, con números, que el dueño de la empresa preferiría cerrar y pagar finiquitos. Ese límite, repito, no lo tiene el sindicato de una paraestatal.
Y sin duda no es el SME el único sindicato que aprovecha su posición estratégica para obtener lo decente y hasta lo indecente. Son todos los que, como los maestros de la SEP, reciben su paga del gobierno. Una crítica muy leída por estos días es que la vara que mide a LyFC debería medir a media docena de burocracias poderosas e intocables, además de ineficientes. Cierto. Pero como dijo Jack el Destripador: vamos por partes.
En la vieja izquierda descalificábamos toda crítica contra Fidel Castro o la URSS señalando que el criticón exhibía su parcialidad al no mencionar, también, las dictaduras de Somoza, Trujillo, y así hasta Calígula. Hoy la nueva izquierda tiene el mismo tic: “A ver, a ver, qué casualidad que el tal Calderón no acaba también con el SNTE, con Deschamps y sus petroleros, con los mineros de Napito… A ver… ¿ah, verdá?”

www.luisgonzalezdealba.com

viernes, 16 de octubre de 2009

El inteligente es peligroso...

Francisco Martín Moreno
02-Oct-2009


En la política mexicana —los hechos son tercos— ser inteligente es peligroso, porque quien cuenta con la facultad de conocer, de analizar y de comprender y, por ende, critica, deduce, expone y concluye con habilidad y destreza, es excluido de la cúpula del poder. A los tontos los dominas, los muy vivos saben brincar por encima de los obstáculos… En el seno del gobierno se premia la lealtad y la obsecuencia con una carrera meteórica que puede venir acompañada de la posibilidad de crear una colosal fortuna lograda a base de sobornos o desfalcos.
En efecto, al inteligente se le considera peligroso por incontrolable e inasible. Se le teme porque es capaz de prever alternativas y soluciones inaccesibles para el término medio y el superior de los funcionarios. En pocas palabras: las personas inteligentes pueden ver lo que escapa a otros intelectos inferiores y, por lo mismo, deben ser suprimidas y expulsadas desde que gozan de una envidiable habilidad para instrumentar planes y proyectos orientados a destruir las bases de poder en que se sostienen los mediocres.
No hay cabida para los inteligentes porque sus objetivos pueden estar reñidos con los intereses creados del sector gobernante en el país. Imposible permitirles su estancia en el seno del sistema porque una jugada, el desplazamiento de un simple alfil sobre el tablero del ajedrez político, podría traducirse en una catástrofe para los miopes que no entendieron el alcance del movimiento hasta que ya era demasiado tarde… Algo así como cuando las fuerzas griegas que asediaron Troya lograron introducir un enorme caballo, en cuyo interior se encontraba un reducido número de soldados, quienes al entrar a la fortaleza, abrieron las puertas de la ciudad para facilitar el éxito militar después de diez años en que había sido imposible superar las altas murallas que la defendían. Hay que temerle a los Ulises que son capaces de urdir estrategias que nadie entiende hasta que la inteligencia de los notables hace que sus enemigos inclinen la cerviz, se humillen ante la verdadera autoridad y no tengan otra alternativa que seguir las instrucciones de los sabios y doctos, quienes acaban apoderándose de todos los escenarios quedándose con reinas, alfiles, caballos y torres y hasta los tableros de los contrincantes.
Los primeros en excluir a los inteligentes de su entorno son los acomplejados por experiencias pasadas, los inseguros ávidos de controles de cualquier naturaleza con tal de maniatar y someter a quienes cuentan con la capacidad de producir acontecimientos imprevisibles. Los sujetos pequeñitos, los insignificantes, son amantes del inmovilismo, porque temen perder el control de un ejército en marcha. En el estatismo, en el reposo, las consecuencias son previsibles, no así cuando el progreso irrumpe y altera el statu quo, la atmósfera ideal en la que vegetan los imbéciles, los reaccionarios, enemigos perpetuos de la evolución.
Cuando se dice que en la naturaleza manda el que tiene más inteligencia, se debe matizar el enunciado sobre todo en lo que hace al gobierno mexicano. Es evidente que quien manda, y no sólo me refiero al jefe de la nación, sino al Congreso de la Unión, no son los más inteligentes. Las pruebas están a la vista con tan sólo contemplar el estado temerario de parálisis y estancamiento en que se encuentra el país. ¿Nos están gobernando los más inteligentes..? En México existe un sinnúmero de ciudadanos con una inteligencia mucho más que superior a la media prevaleciente en el gobierno y, sin embargo, se declaran incompetentes para cambiar el rumbo, desatar nudos, encarcelar a quienes tienen secuestrado el país lanzándolo a un estadio de desarrollo que sólo ellos pueden anticipar con su visión futurista. Se niegan a incorporarse a las filas de la delincuencia política o a sumarse al proceso de putrefacción de las instituciones nacionales. ¿Son inteligentes? Por supuesto que lo son, pero no pierden de vista que los grandes transformadores deben estar dispuestos a jugarse la vida: ahí está el caso de Colosio…
Los inteligentes deben dejar de ser considerados como peligrosos. Cuando se privilegia la lealtad antes que la inteligencia y la capacidad, adviene el inmovilismo, el mundo ideal de los imbéciles. Sólo los acomplejados e incapaces se rodean de gente menor para poderla controlar. Sólo los inteligentes se rodean de inteligentes y colocan al mejor hombre en el mejor puesto con independencia de su lealtad…

fmartinmoreno@yahoo.com

jueves, 15 de octubre de 2009

Razón de Estado

En Petit Comite
Óscar Mario Beteta

2009-10-15•Acentos


La decisión del presidente Calderón de liquidar LFC deriva de una auténtica razón de Estado y se apoya en dos teóricos fundamentales: Aristóteles y Maquiavelo, presentes en la política, uno desde hace 2 mil 400 años, otro durante los últimos cinco siglos. En el war room, de donde salió la sentencia de muerte de esa empresa, no se la pudo armar mejor.
El estagirita se hace presente con su idea del todo y la parte, en la que aquél es el Estado; es decir, la sociedad en su conjunto, mientras ésta puede ser cualquier grupo que se le opone mirando sólo a su interés.
En el deber de conservar a la comunidad, el jefe de ésta no puede dudar: tiene que hacer lo que sea para realizarlo. Las leyes lo obligan; la moral lo compromete. Sólo entonces puede decirse de él que es un político, un estadista.
Por su parte, el florentino sugiere que para conservar un reino nunca se reconozcan límites. Su máxima de que “el fin justifica los medios”, es absolutamente moral cuando el Príncipe la emplea para proteger a sus gobernados del peligro. Es lo que hizo Calderón en el caso de LFC.
La naturaleza y el objeto del Estado y de los particulares son antagónicos e irreconciliables: uno debe procurar el bien común, otros buscan ventajas propias. Su coexistencia es imposible; uno debe perecer. La totalidad ética de aquél, obliga a cualquier acción para preservarlo.
En política, los actos del gobernante sólo se miden por el éxito de sus decisiones. Con Maquiavelo, es suficiente que “cuando un hecho lo acuse, el resultado lo excuse; y si éste es bueno, siempre se le absolverá”.
Para quienes atacan la decisión presidencial, los latinos sentenciaron, cuando pensaron separarse de los romanos, invocados por el padre del Estado moderno: “Más pertinente es a nuestras cosas determinar lo que hemos de hacer que lo que hemos de decir; fácil será, después de tomada la determinación, acomodar las palabras a los hechos”, lo cual ni siquiera es necesario en este caso, porque el brain trust oficial lo previó todo.
Y el SME, que quiere revertir la historia, debe recordar que en el gobierno hay plena conciencia de que, también con Maquiavelo, “para regir a la multitud, vale más la severidad que la clemencia”.
Sotto voce
Es loable que entre los aspirantes a presidir la CNDH, el ex rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente haya decidido no figurar. Sin embargo, no sería extraño que, apartidista como es, pronto se le ofreciera hacerse cargo de una muy importante responsabilidad.

dikon2001@yahoo.com.mx

Nos gusta que nos maltraten

Interludio
Román Revueltas Retes
2009-10-15•Al Frente

Bueno, y si se privatizara el sector eléctrico o, por lo menos, si una compañía de capitales privados (que, en realidad, al cotizar en la Bolsa y ser sus dueños miles de inversionistas se trataría de una empresa “pública”, ahí sí, en el más estricto sentido de la palabra) le comprara al Estado mexicano los restos del naufragio y brindara el servicio a los sufridos consumidores, ¿eso sería una monstruosidad, una hecatombe, una “traición a la patria”, una “pérdida de soberanía”?
¿Desde cuándo es más soberano un jubilado al que, de pronto, le llega un recibo mañosamente inflado por los tenebrosos empleados de Luz y Fuerza del Centro? Y ¿cómo es que el “patrimonio del pueblo de México” termina costándole a ese mismo pueblo 42 mil millones de pesos al año en vez de darle ganancias contantes y sonantes? Digo.
Las corporaciones privadas —excepto esos bancos yanquis y europeos que se dedicaron a arriesgar los dineros de sus clientes en operaciones absolutamente fantasiosas y que ahora van a ser rescatados con la plata de los contribuyentes— no invierten los fondos del erario sino sus propios recursos. Es decir, no nos cuestan nada a los ciudadanos. Y, cuando existe un mercado verdaderamente abierto, los consumidores podemos elegir entre varias opciones: si el supermercado de una cadena nos queda muy lejos de la casa o si sus cajeras son malencaradas, entonces hacemos la compra en otro lugar; y si no nos satisfacen los servicios de Telcel vamos a Iusacell o a Nextel y sanseacabó. Resulta, sin embargo, que la electricidad no es un servicio común y corriente sino una especie de producto sagrado —algo así como la hostia que te comes en la misa y que, supongo, no la fabrican empresas trasnacionales— y por esa razón no puede debe ser vendida por simple negociantes sino que necesita ser traficada por los burócratas al servicio del Estado. Tenemos así apagones, voltajes que queman los televisores, cobros abusivos y descortesías del personal. Somos “soberanos”, eso sí. E irremediablemente estúpidos.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Y dale con la “soberanía”...!

Interludio
Román Revueltas Retes
2009-10-14•Al Frente

Lo que les decía: el patrimonio nacional es un principio innegociable sobre todo cuando te sirve de pretexto para birlarle la riqueza particular al resto del personal. No cabe duda que fueron muy listos los inventores del modelito nacionalista revolucionario: se deshicieron primeramente a balazos de sus contrincantes y luego, cuando la escabechina comenzó a ser un tanto contraproducente, pactaron una paz institucionalizada muy ventajosa que les habría de rendir fabulosas ganancias. Naturalmente, para que el público no se soliviantara recurrieron a los mismos espantajos de siempre pero en versión laica, es decir, en vez de sacar el crucifijo y ponerlo delante de la hoguera se inventaron unos dogmas absolutamente incuestionables que, mira tú, tienen plena vigencia en nuestros días y que son ferozmente recitados por los politicastros de turno.
¿No ha el propio Rayito pronunciado las palabras encantadas “soberanía nacional” y “patrimonio de todos los mexicanos” a propósito de la sosegada aniquilación de Luz y Fuerza del Centro? Y, díganme ustedes, ¿qué tiene que ver una compañía ineficiente que, entre otras cosas, se ha dedicado a extorsionar pura y simplemente a sus clientes, que no es en lo absoluto propiedad de los ciudadanos de este país sino de su sindicato —o sea, de unos líderes mafiosos que, sin rendir cuentas a nadie, se sirven con la cuchara grande y disponen a su antojo de las cuotas que pagan los trabajadores y de los recursos que le ordeñan a la empresa— y que, encima, brinda un pésimo servicio sin obtener siquiera ganancias, que tiene que ver, repito, este engendro con la “soberanía” y con el “patrimonio” de todos nosotros? Pues, nada. Al contrario, significa una pérdida de recursos contantes y sonantes que salen de nuestros bolsillos y representa una carga para toda la sociedad mexicana.
Pero, lo que son las cosas, seguir manteniendo a estos zánganos se vuelve, de pronto, un asunto “nacional” y “patriótico”. ¡Qué forma de abusar de las palabras y de querernos ver la cara de estúpidos! Pero… ya no.

revueltas@mac.com

Sindicatos improductivos

Día con día
Héctor Aguilar Camín
2009-10-14•Al Frente

El Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) fue en su tiempo la vanguardia sindical de México. El primer sindicato que firmó en este país un contrato por normas de trabajo, es decir, que alguien era contratado para un trabajo determinado y no para lo que se ocurriera al patrón, como era en todas partes.
No perdió año sin ganar algo en su negociación del contrato colectivo y su mismo trabajo fue parte de una épica mal contada hasta hoy: la electrificación de México.
Hemos asistido en los últimos días a un desenlace contrario al origen. Aquel sindicato de la vanguardia del trabajo y la modernidad sindical, terminó siendo el ejemplo de un sindicato caro, improductivo y conservador.
Durante sus años de improductividad, expresión cabal de una empresa mala, en liquidación desde 1974, rescatada en los años 90 como pago de servicios electorales al sindicato, el SME no dejó de sumar cada año nuevas conquistas a su contrato colectivo de trabajo.
La paradoja es que con cada conquista contraria a la productividad, los trabajadores del SME cavaban la tumba de su empresa y, con ella, la de su fuente de trabajo.
Cada conquista desprotegía en lugar de fortalecer su condición laboral, porque iba dejando huecos insostenibles en la empresa. Las cosas costaban ahí tres veces lo que en la otra empresa eléctrica del Estado. Y cada conquista del sindicato aumentaba los costos y echaba otra paletada de tierra sobre su fuente de trabajo.
Llegaron a tener el mejor contrato colectivo en la peor empresa pública del país: un contrasentido que les cobró el peaje completo con la liquidación de la empresa.
Algo parecido a esto —conquistas laborales contrarias a la productividad— sucede en todos los sindicatos públicos mexicanos. Son sindicatos que protegen el trabajo al punto de inmovilizarlo y atentar contra él. Este es el acto de corrupción fundador, el origen de todos los otros. Erigir la divisa: aquí se puede trabajar menos cada vez y cobrar más cada vez.
Sindicatos contrarios al trabajo. Sindicatos que acumulan conquistas laborales mientras empeoran la calidad de su trabajo y el lugar donde trabajan.
¿Es posible otra cosa? Hay un ejemplo vivo de que sí. El sindicato de telefonistas fue capaz de hacer su conversión histórica del sindicalismo improductivo de la empresa telefónica de otros tiempos, a la productividad y la modernidad incuestionables de la empresa telefónica de hoy.

acamin@milenio.com

martes, 13 de octubre de 2009

“Soberanía”, sí, para seguirnos extorsionando

Interludio
Román Revueltas Retes
2009-10-12•Al Frente

Luz y Fuerza del Centro es la más acabada expresión del corporativismo alentado por el antiguo régimen: empresa esencialmente improductiva porque no debe rendir cuentas a nadie sino a sus propios empleados, madriguera de trabajadores inamovibles por más haraganes o displicentes que puedan ser y espacio natural para la consumación de escandalosas corruptelas pero, eso sí, anterior semillero de votos garantizados a un partido oficial, el tricolor, que parece hoy desentenderse enteramente del papel que jugó al fabricar parecidos engendros.
Naturalmente, para el Sindicato Mexicano de Electricistas la liquidación de la empresa paraestatal “perpetra una puñalada trapera al Patrimonio Nacional, a la Soberanía e Independencia Nacionales” [tan tremendos palabros con mayúsculas, desde luego]. O sea, que el consumidor indefenso al que le llega, de la noche a la mañana, una factura de 12 mil pesos que debe pagar inexorablemente porque LFC tiene la facultad de trasportarlo directamente a la Edad Media dejándolo —a él y a su familia— sin electricidad (sin luz, sin corriente para mirar la tele, usar la computadora o mantener fríos los víveres del refrigerador), ese consumidor, repito, no sólo debe seguir agachando la cabeza ante un abuso de ese tamaño y apoquinando un cobro a todas luces injusto y arbitrario con la plata que no tiene sino, encima, seguir afrontando el insufrible maltrato de burócratas majaderos al intentar gestionar, en unas piojosas oficinas de “atención” (es un decir) al público, una solución a su problema.
¿Qué diablos tiene que ver esta extorsión con el “Patrimonio Nacional”, la “Soberanía” y la “Independencia Nacionales”? Y, por favor, ¿por qué razón debemos todos los ciudadanos de este país, incluyendo aquellos que no padecemos el infortunio de tener que usar el “servicio” de una compañía tan mala, solventarle, con dinero de nuestros bolsillos, 42 mil millones de pesos al año para que no pueda siquiera aumentar su capacidad de generación y proveer de energía a nuevos usuarios, para que malgaste sus recursos en canonjías y privilegios exigidos perentoriamente por sus mimados trabajadores y para que dilapide de manera criminal, ahí sí, el patrimonio de los mexicanos?
Pero, sobre todo, ¿cuándo fue que todos nosotros, los ciudadanos de este país, nos volvimos tan imbéciles como para que cualquier lidercillo abusivo y envilecido nos acojone con el espantajo de que la “soberanía nacional”, “el patrimonio (nacional)” y la “independencia (nacional)” están en peligro porque un responsable político decide, por fin y de una buena vez, fajarse los pantalones y limpiar la casa?

revueltas@mac.com

La batalla de Luz y Fuerza

Día con día
Héctor Aguilar Camín
12-oct-2009

La liquidación de Luz y Fuerza del Centro abre un espacio de forcejeo político y una batalla de creencias.
El forcejeo político puede convertirse en una protesta mayor. La convicción del sindicato es que aquí puede empezar el estallido social pregonado, con fruición o con miedo, por diversos agoreros de las simetrías del Bicentenario de la Independencia (1810), el Centenario de la Revolución (1910) y Lo que viene (2010).
Según la dirigencia sindical, al liquidar la compañía Luz y Fuerza del Centro, el gobierno se da un golpe a sí mismo y a la estabilidad del país.
El cumplimiento de la profecía del sindicato parece remoto, pero hará mal quien desestime el tamaño del agravio que la decisión puede infligir a creencias arraigadas en los mexicanos.
Aquí se reedita, con decisiones de trascendencia incuestionable, la disputa entre las creencias corporativas del nacionalismo revolucionario y las estrategias que genérica y despectivamente suelen llamarse neoliberales.
De un lado la creencia en el sindicalismo mexicano como un bastión de conquistas históricas de los trabajadores y del pueblo, pese a sus notorias deformidades; del otro lado, la decisión de sanear económica e institucionalmente la empresa pública menos presentable del país.
De un lado, la defensa de la relación histórica del gobierno con los sindicatos públicos, aunque sea lesiva a la empresa; del otro, la decisión de cortar la complicidad del gobierno con estos sindicatos improductivos.
De un lado el acuerdo histórico de respeto a la autonomía sindical, aunque sea el respeto a elecciones fraudulentas y a dirigencias irremovibles; del otro, un hasta aquí al chantaje que rige las relaciones políticas del gobierno con sus sindicatos.
De un lado la militancia ideológica de pregonada izquierda, aunque con prácticas conservadoras inaceptables para cualquier izquierda democrática; del otro, la búsqueda de liderato y autoridad de un gobierno en minoría, que ha tomado una decisión de fondo.
La pregunta política fundamental es cuánta pasión y cuánto agravio puede infligir la acción del gobierno a la sociedad por este ataque al centro de las costumbres políticas. Del otro, cuánto apoyo y cuánta simpatía puede suscitar esa misma acción o, en su defecto, cuánta indiferencia, ya que el sindicato en cuestión no es el favorito de los usuarios, ni los derechos sindicales el tabú preferido de la vieja cultura política.
Puede anticiparse esto: la pelea no terminará por nocaut.

Haciendo historia

Macario Schettino
Economía Informal

13 de octubre de 2009

El domingo se declaró extinta Luz y Fuerza del Centro. Se trata de una decisión que se pospuso por décadas, provocando un costo para el país nada despreciable
Sólo en los últimos 10 años, el subsidio que requirió esta empresa para seguir operando fue de 3% del Producto Interno Bruto (PIB), sin contar la pérdida de fluido eléctrico que en la región de esta empresa supera 30%, frente a menos de 10% en la zona que opera CFE.
Y faltaría considerar el costo por ineficiencia que Luz y Fuerza nos ha trasladado a los usuarios.
Aunque Luz y Fuerza debió desaparecer desde los años 70, el conflicto de esa década al interior del sindicato de electricistas impidió concretar la decisión. Después, en los 80, cuando cientos de empresas de gobierno desaparecieron precisamente por su elevado costo, Luz y Fuerza logró sobrevivir gracias, en buena medida, a la alianza que estableció con Carlos Salinas en su camino a la Presidencia. Después, ni Luis Ernesto Zedillo ni Vicente Fox encontraron el momento y el ánimo adecuado para terminar con este pozo sin fondo.
Esta columna apoya sin lugar a dudas esta decisión del gobierno mexicano. Para tener una idea de lo que ésta significa, en términos estrictamente financieros, observe usted que la liquidación que se ha ofrecido a los trabajadores de la empresa, sumamente generosa, alcanza 20 mil millones de pesos, mientras que si la empresa siguiera funcionado, el año próximo nos hubiese costado 45 mil millones. Parece increíble, pero cerrando la empresa y liquidando con toda generosidad, el país acaba ganando dinero. Así de grave estaba la situación en esa empresa.
La decisión que por fin se ha tomado es histórica. Supera por mucho aquellas que a Carlos Salinas le fueron muy celebradas. No se trata de un “quinazo”, en donde el gobierno enfrenta a un grupo de poder en un sindicato sólo para sustituirlo por otro igual, pero más cercano al poderoso. Hoy se trata de corregir un problema relevante para el país aún teniendo enfrente a un grupo sindical muy poderoso. Es un cambio histórico.
Se han opuesto con claridad a esta decisión diversos actores políticos, todos en esa parte del espectro que en México llamamos izquierda, aunque cada vez lo parezca menos. Principalmente ese grupo que se ha coagulado alrededor de López Obrador, que sigue buscando cualquier oportunidad para desestabilizar. Los argumentos van desde una imaginada privatización hasta el incremento del desempleo que significa el cierre de Luz y Fuerza. No hay sorpresas.
Luz y Fuerza era un caso extremo de captura del Estado, pero no el único, ni mucho menos. México se construyó, en el siglo XX, mediante una relación que hoy llamaríamos de corrupción entre diversos grupos de interés y el Estado. En la misma esfera sindical, los petroleros y los maestros son dos ejemplos más, pero no iguales. En la campesina, la CNC continúa extrayendo recursos del presupuesto para el campo que, de haber llegado alguna vez a manos de los campesinos, habrían dejado la pobreza hace décadas. En el ámbito empresarial, las permanentes presiones de los grandes empresarios, todos ellos construidos desde el Estado. En el académico, las inmensas y poco productivas universidades públicas. Y no hay que olvidar los medios de comunicación. La economía mexicana es, en realidad, lo que los investigadores llaman “capitalismo de compadrazgo,” un esquema construido no para generar riqueza, sino para redistribuir rentas, de todos los que no estamos organizados a quienes sí lo están. Por eso la decisión del gobierno es histórica.
No quiero decir, en el párrafo anterior, que el gobierno vaya ahora a cerrar Pemex, o a enfrentar al SNTE, o a liquidar su relación con empresarios, las universidades o los medios de comunicación. El Estado es, a fin de cuentas, un arreglo institucional que depende de los equilibrios políticos, y no hay equilibrio cuando uno se pelea con todos. No se trata de eso, pero la decisión sí marca un límite relevante. No debería sorprenderme, pero sí lo estoy, frente a la capacidad de muchos colegas para mantener su predilección por el aplauso fácil y la frase políticamente correcta. No les ha sido difícil criticar la decisión gubernamental argumentando que el gobierno golpea a un sindicato pero mantiene cercanía con otros, también corporativos. Ni les ha costado mayor trabajo explicar la decisión como un ataque a fuerzas políticas asociadas al SME. Entiendo ahora que nunca podrán desatar los nudos que en su mente construyó el nacionalismo revolucionario y el izquierdismo barato, y por lo tanto no habrá jamás decisión que les acomode, si no la toma alguien que desde un principio haya coincidido con ellos.
Gran virtud es que hoy tengamos esta libertad que nos permite a todos expresar nuestras ideas. Libertad que hay que defender siempre, porque no es gratuita. Es de la mayor importancia que podamos tener opiniones diferentes, no sólo ante los hechos de la vida social, sino ante las posturas que tomamos, cada uno de nosotros. No sólo hay que construir nuestras opiniones, sino también hay que enfrentarlas permanentemente con la realidad. Se hace historia en México en estos días. Cerramos, como le había comentado en fechas anteriores, un ciclo de 45 años iniciado a mediados de los 60 cuando el régimen corporativo, habiendo agotado la dotación de tierra y capital disponible en México, empezó a devorar al país. Fue tan largo este tiempo porque el petróleo lo permitió.
Ya no hay más, hay que cambiar. Y todo cambio es difícil, porque exige primero comprender la diferencia entre la realidad y lo que imaginamos acerca de ella. Vamos cambiando. No todos, no al mismo tiempo, no con el mismo ánimo. Vamos cambiando.

viernes, 9 de octubre de 2009

Brasil

Macario Schettino
09 de octubre de 2009


El otorgamiento de la sede de los Juegos Olímpicos de 2016 a Río de Janeiro le ha dado nueva vida a la competencia natural entre México y Brasil. Ahora, sin duda, con una ventaja del país sudamericano que genera envidias en el nuestro. Nos recuerda que fuimos el primer país en vías de desarrollo en organizar unos Juegos Olímpicos y, peor aún, el único que sigue estando en vías de serlo después de tal evento.
Las comparaciones con Brasil no son sencillas ni determinantes. Según el índice de competitividad global del Foro Económico Mundial, en su última entrega, Brasil está en el lugar 56 y nosotros en el 60. Según el Índice de Desarrollo Humano, publicado la semana pasada, México está en el lugar 53, mejorando, y Brasil en el 75, estancado. En materia educativa, que es nuestro gran problema de largo plazo, México tiene un desempeño general superior al de Brasil (“sólo” 50% de nuestros egresados de secundaria son analfabetos funcionales, frente a más de 60% en Brasil), pero una clara desventaja en el nivel de excelencia, en el que se encuentra sólo 0.3% de nuestros jóvenes frente a 1.5% en Brasil.


Sin embargo, en los pocos años que llevamos del siglo XXI hay una creciente percepción de que Brasil tiene un mejor desempeño que México. Percepción que no se puede sustentar en los datos del párrafo anterior, evidentemente, de forma que debe tener que ver más con expectativas que con resultados. Durante la última docena de años, Brasil ha logrado tomar decisiones que le amplían sus posibilidades de éxito, mientras México, con muchas dificultades, ha tomado decisiones que apenas le permiten sobrevivir. Esta parece ser la gran diferencia.


A pesar de que Brasil tiene un problema de desigualdad económica y social superior al de México, a pesar de un nivel de pobreza también superior al nuestro, resulta que ese país tiene un futuro más prometedor que México. Un futuro que han construido en 12 años, no más, partiendo de una reforma energética seria, construyendo un Estado fiscalmente sano e implementando programas contra la pobreza basados en los nuestros. En menos palabras: el futuro de Brasil se está construyendo en reformas. En las mismas reformas que nosotros no queremos hacer.


Cuando Petrobras se reformó profundamente, dejando de ser algo similar a Pemex para convertirse en una empresa seria, con inversión privada y capacidad de asociarse con otras, Brasil empezó a producir petróleo de manera significativa. Hoy, 12 años después, producen prácticamente lo mismo que nosotros y tienen más reservas. Antes, era tal su insuficiencia que inventaron el uso del etanol como combustible. Una reforma energética que ha hecho a ese país exitoso, es decir, realmente soberano.


Brasil recauda impuestos por más de 30% del PIB. Es más pobre y más desigual que nosotros, pero tiene un IVA promedio de 17% del que sólo se excluyen libros, periódicos, frutas y vegetales. El impuesto tiene una tasa mayor para energéticos, alcohol, tabaco y telecomunicaciones que funciona como el IEPS nuestro. Este impuesto es estatal (con una base nacional de 12%), de forma que los estados cobran, se financian solos, y no son dependientes del poder central. En los últimos 12 años este impuesto ha crecido hasta representar 40% de los ingresos del gobierno.


La evidencia de que nuestros problemas se derivan de las malas decisiones del pasado es contundente y abrumadora, pero nuestra capacidad de negar la realidad es todavía mayor. Es claro que todos los países desarrollados tienen leyes laborales flexibles, empresas energéticas privadas o públicas con capacidad de asociación, y recaudación fiscal superior a 30% de su PIB con base en Impuesto Sobre la Renta del orden de 35% e IVA de entre 18% y 20%, en ambos casos prácticamente sin deducciones. Pero nosotros decimos que eso no está bien, y que es preferible nuestra forma de administrarnos, a pesar del evidente fracaso de nuestro país, que entonces achacamos al neoliberalismo, o a lo que sea.


Como acabo de mostrarle, Brasil ha decidido seguir el camino de los países desarrollados, y por eso su futuro ha crecido de tal manera que hoy puede convertirse en el segundo país latinoamericano en organizar los Juegos Olímpicos, simple reconocimiento a la promesa que es hoy esa nación.


Pero nosotros decimos que eso no está bien, y me imagino que no nos quedará más que calificar a Lula de neoliberal, puesto que sigue el camino de esos países desarrollados que nosotros despreciamos. Reitero, la evidencia de nuestros errores es inmensa, pero nuestra ceguera es aún mayor. No hay izquierda en el mundo que se oponga al alza de impuestos, salvo la nuestra; no hay país que niegue a sus empresas la posibilidad de asociarse para producir más rentas nacionales, salvo nosotros.


O liberamos nuestra mente de las taras que nos limitan, o habremos destruido a México a golpe de necedad y estupidez. Los datos hablan.


www.macario.com.mx

Profesor de Humanidades del ITESM-CCM