martes, 24 de noviembre de 2009

La Revolución sí triunfó, por desgracia


    La Calle
    Luis González de Alba

  • 2009-11-23 Acentos


    No, no es que la Revolución haya fracasado: nos va mal porque triunfó, se implantaron postulados que desde 1917 lastran al país, obstruyen vías de desarrollo y han adoctrinado generaciones de mexicanos en valores que son productores de pobreza y autocomplacencia. Se nos arrebató a los habitantes de carne y hueso la posesión del suelo y el subsuelo, y se entregaron a una entelequia, La Nación, en ninguna parte definida, pero en la práctica representada por el gobierno, o más claramente: por los políticos de turno en el poder. Un Estado corporativo, un régimen asistencial y una escolarización de raíz profundamente retrógrada, de fogosa oratoria revolucionaria, nos han tenido atados a un modelo mexicano reproductor de pobreza de generación en generación.

    El sistema ejidal, como todas las colectivizaciones forzadas de la tierra, produjo hambre como en la URSS y en China. Allá murieron, aquí los campesinos tuvieron la bendición de una frontera de 3 mil kilómetros con Estados Unidos y escaparon.

    El petróleo nos dio un sindicato de jeques árabes con diamantes en la nariz y un gobierno comodino incapaz de recaudar y administrar impuestos. El petróleo jamás ha sido de los mexicanos, es de los políticos de turno y de los charros sindicales.

    De verdad, no se ve qué celebramos: la revolución de marras hizo pobres a los ricos sin enriquecer a los pobres, nos dio una camada de políticos que, a diferencia del empresario, no hicieron su capital invirtiendo y arriesgando en industrias que dieran empleos e incrementaran el producto nacional, sino robando dinero público; peor aún, nos construyeron esta ideología que mamamos en la escuela según la cual los ricos lo son porque roban al pueblo bueno, son, además, petulantes y sangrones; los pobres, en cambio, tienen por paradigma al Pedro Infante simpático, guapo y claridoso.

    La Revolución nos dio un país de buenos y de malos. Pobres, indios y jóvenes son siempre buenos. Las maestras de un kínder tapatío sacan a los niños para bloquear una avenida en protesta por X, ya nadie recuerda qué, y tan frescas; los abusos no lo son cuando los cometen los buenos.

    La ideología mamada de la Revolución desde la escuela primaria nos ha desvanecido la frontera entre el uso y el abuso. En la prensa hemos participado alegremente de ese deterioro en la convivencia civilizada. Los diputados creen que su fuero les permite mearse en la tribuna de la Cámara y pasarse los altos sin ser multados, y hay prensa que los defiende; los manifestantes se otorgan el derecho a bloquear avenidas y carreteras en protesta por los resultados de la guerra de Troya, los dueños de auto los suben a las banquetas, que no son para eso; publicamos que tanto peca el auto que gasta el pavimento (que fue hecho para rodar encima), como el chavo que rompe con su patineta una jardinera recién inaugurada (que no fue hecha para patinar) o le rompe el cráneo a un niño que se creía seguro.

    Los electricistas que revendían electricidad arrojan sus autos contra policías que intentan liberar el flujo de una carretera y salen libres en dos días: nadie se escandaliza, no hay marchas ni discursos contra la impunidad. Como dijo un ex líder estudiantil a propósito de unos policías muertos por un grupo armado: “No nos hagamos, no eran más que chotas”.

    ¿Qué hacer con la Revolución? Sin lugar a dudas, emplearnos a fondo en sepultarla, derogar sus llamadas conquistas. Algunos puntos por mencionar en lo laboral:

    1. Prohibir la cláusula de exclusión en los sindicatos, infamia por la que la charrería sindical puede exigir a la empresa el despido de un trabajador, casi siempre un opositor.

    2. Prohibir el descuento automático de las cuotas sindicales por la empresa y su entrega a la dirección del sindicato. Las cuotas deben ser voluntarias.

    3. Dejar en claro, una vez más, que podrá haber tantos sindicatos en una empresa como iniciativas tengan los empleados.

    4. Eliminar las excepciones a la norma anti monopolio: los monopolios todos, públicos o privados, deben quedar prohibidos.

    El Congreso tiene por tratar: recaudación fiscal eficiente, régimen de partidos insaciables, redefinir funciones del IFE, producción de energías, infantilismo de los estados frente a la federación… uf: tarea de legisladores romanos y tenemos ignorantes (e ignorantas, dice Fox asomando el pescuezo), retozo, alboroto, regocijo, picada de ojos entre niños y tirones a las trenzas de las niñas: eso nos gobierna.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La Quinta Economía

Macario Schettino
Economía Informal
10 de noviembre de 200


La quinta economía


Se publicó el lunes. Una nota medio perdida proveniente de la Cumbre de Negocios de Nuevo León. Una declaración del director gerente del Banco Mundial, Juan José Daboud



Este director sostiene que México puede ser un polo de desarrollo después de la recesión. Según él, después de China e India, en Asia, en América Latina, “México puede ser un importante polo de desarrollo”.

Pero la nota está perdida entre opiniones de Carlos Slim y Lorenzo Servitje, entre dichos de alzas en las tarifas telefónicas y quejas sobre el desempeño económico de América Latina. Y los comentarios que había recibido ayer lunes por la mañana confirmaban la razón por la cual no podemos ser la quinta economía mundial. Todos burlones, todos rechazando la posibilidad de que México pueda ser ese polo de desarrollo que el señor Daboud percibe.

Y es que precisamente es ésa la razón por la que no podemos ser un polo de desarrollo, ni la quinta economía mundial. Porque ni siquiera podemos imaginarlo. La inmensa mayoría de la población no se da cuenta del tamaño de México en el mundo, y por lo tanto no puede siquiera comprender lo que significa nuestro país.

Rusia, India, España, Canadá, Brasil, Australia, México y Corea del Sur son los países que podrían, por su tamaño actual, competir por ser las economías más grandes del mundo en los próximos 30 años. Sustituirán a Inglaterra, Francia, Italia y Alemania, e incluso posiblemente a Japón entre los primeros cinco lugares. Sólo China y Estados Unidos, que hoy están en esas posiciones, seguirán ahí dentro de tres décadas con seguridad. Los otros pueden ser fácilmente desplazados.

De los ocho países mencionados, no todos tienen posibilidades reales de competir. Rusia no tiene ya futuro en esta competencia, mientras que España, Canadá y Australia es muy probable que no puedan superar el tamaño que hoy tienen. Quedan sólo cuatro economías compitiendo por dos o tres lugares: India, Brasil, México y Corea del Sur. Por cuestiones demográficas, India seguramente estará entre los elegidos, mientras que muy probablemente Corea del Sur no lo logrará. Es decir que, casi inevitablemente, México estaría entre esas cinco economías más grandes del mundo.

Pero eso parece ser inaceptable para los mexicanos. La simple posibilidad de ser un polo de desarrollo en este proceso de recuperación que acaba de iniciar es rechazado como si fuese algo no sólo imposible, sino impensable. Es increíble la capacidad de autoflagelación de nuestra sociedad.

México cuenta con 120 millones de personas, 15 millones de ellos viviendo en Estados Unidos, pero con fuertes lazos con nuestro país. Producimos, los 105 millones de acá, cosa de un billón de dólares al año (un millón de millones). Si contamos a los que están allá, considerando que tengan un ingreso inferior al promedio de Estados Unidos, pero sin duda superior al promedio nuestro (porque si no ya se hubiesen regresado), hablamos de medio billón adicional.

Nada más considerando eso, los mexicanos representamos la octava economía del mundo.

Lo que muy probablemente piensan muchos que no creen en que México será la quinta economía mundial es que no tenemos el ingreso por habitante que tiene Estados Unidos, o cualquier país occidental. Pero ése no es el tema. China tiene un ingreso por habitante muy inferior al nuestro, y es la tercera economía mundial, y la gran admiración de muchos.

La India, o Brasil, que tanto se promociona hoy, están también por debajo de México en ingreso por habitante, la India por mucho. Y ya sé que me va usted a decir que no es tanto el ingreso por habitante, sino la distribución, y que México es un país muy desigual. Pues sí, pero Brasil es peor que nosotros, y ya lo ve, rumbo a competir en serio por ser la quinta, la cuarta o la tercera economía.

Si quiere usted excusas para no ser exitoso, hay de sobra. Ya le mencioné al menos dos: que no importa ser una economía grande porque el ingreso por habitante es bajo; que no importa el ingreso por habitante porque la distribución es mala; añada las que guste, que por excusas no hay que parar.

Es sólo que usted, como millones de mexicanos, no quiere tener éxito. No quiere que la economía mexicana sea la quinta del mundo, ni quiere competir en verdad con otros grandes países. Le tiene usted miedo al éxito, porque implica responsabilidad, y usted, como millones de mexicanos, aprendió desde niño que la responsabilidad es cosa de los poderosos, y no de usted. Es usted producto del régimen de la Revolución Mexicana, que se instituyó para abusar de usted y para mantenerlo sometido a los grupos de interés: a los sindicatos, a las centrales campesinas, a los empresarios amigos del Estado, a las universidades públicas, a todos esos grupos que se han dedicado a extraer rentas de los demás y que han impedido que México sea esa quinta economía mundial desde hace décadas, como debió haberlo sido.

Lo único que nos impide tener éxito, ser una economía más grande, con más ingreso por habitante y mejor distribución es nuestra incapacidad mental. Ni siquiera podemos imaginarlo. Peor, cuando alguien nos lo dice, lo sentimos como una burla. Nosotros mismos nos detenemos, porque así aprendimos desde niños. Porque así se nos enseñó, para que no exigiéramos cuentas a esos grupos que vivían de nosotros.

Y que lo siguen haciendo.

Claro que México puede ser la quinta economía mundial. Ni siquiera hay que crecer mucho para lograrlo. Pero no lo seremos, ni seremos nada, mientras no podamos entenderlo y aceptarlo. Mientras no reconozcamos que el fracaso que hoy somos es producto de la manera en que manejamos el país durante el siglo XX. Mientras no aceptemos que la Revolución Mexicana no nos dio más que miseria, abuso y, sobre todo, engaño.

No hay mal que dure 100 años. Nos queda uno.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Sin binoculares y sin espejo retrovisor


Francisco Martín Moreno
06-Nov-2009

¿Cómo se llama aquel que no aprende de la experiencia, que no puede prever y es incapaz de adquirir sabiduría y conocimiento? ¡Gobierno mexicano!

El tiempo pasa, arrancamos las hojas del calendario, desaparecen nuestros ancestros sin poder transmitir experiencia...


Los pilotos que dirigen nuestro país cómodamente instalados frente al tablero de mandos, conducen a la nación sin binoculares, es decir, sin una perspectiva del futuro, sin poder advertir con la debida claridad la presencia de obstáculos inminentes, tal vez insalvables y, además, sin un espejo retrovisor indispensable para aprender de las experiencias pasadas, de los arrecifes, de las cataratas, de las pendientes, de los vacíos. Navegamos, nos desplazamos, nos movemos entre gritos y empujones, entre chantajes, zancadillas y amenazas, sin disciplina ni rumbo cierto y definido, sin identificar un derrotero ni guiarnos siquiera por las constelaciones o cualquier otro elemento natural, ya no se diga mecánico, que proporcione alguna idea, aun cuando remota, de alguna dirección posible. Vamos, pues, al garete, sin percatarnos siquiera de que ya recorrimos varias veces la misma ruta y repetimos, damos vueltas inútiles, circulamos, cometemos los mismos errores, sufrimos los mismos percances, el evidente resultado de una alarmante incapacidad de aprendizaje. No, no sólo no aprendemos de la historia, ésta se repite una y otra vez, de manera torpe e insensata, sino que tampoco contamos con la posibilidad de adelantarnos a los acontecimientos, de prever, de planear, de adquirir sabiduría y conocimiento, de evitar que las debacles se repitan. ¿Cómo se llama aquel que no aprende de la experiencia, que no puede prever y es incapaz de adquirir sabiduría y conocimiento? ¡Gobierno mexicano!

El tiempo pasa, los días se suceden los unos a los otros, arrancamos las hojas del calendario, cambiamos los calendarios, desaparecen nuestros ancestros sin poder transmitir experiencia, sin poder heredarla en un asfixiante espacio de frustraciones; mudan de rostro los políticos, continúan otros idénticos; son los mismos hijos de los mismos viejos, con la misma mentalidad, con la misma hipocresía, la misma timidez, los mismos miedos, los mismos traumatismos, la misma corrupción; las heridas no cicatrizan, las costras no aparecen, la sangre no se coagula; los mismos llantos, los mismos lamentos se siguen escuchando; los resentimientos siguen expuestos a flor de piel; los años no curan, no alivian, no ayudan a olvidar; el rencor es veneno, la raza de bronce está envenenada y lo desconoce y si lo conoce no lo acepta y, si lo acepta, no evoluciona ni lo supera. En las paredes de todos los hogares permanecen colgadas las mismas fotografías desde que comenzó la historia; nuevos personajes, mismos escenarios, misma ignorancia, misma miseria, misma desesperación, mismo inmovilismo, misma frustración, misma postración, misma resignación, mismo fatalismo, misma negación. Tezcatlipoca habla, grita, condena, advierte contemplándose en su espejo negro y, sin embargo, seguimos en la misma dirección que conduce al despeñadero, bienvenidos el despeñadero, la destrucción, la noche triste...

Imposible ponernos de acuerdo. No estamos hechos para parlamentar. Nos enseñaron a acatar, a obedecer, a cumplir instrucciones sin refutar ni exhibir otro criterio, otro punto de vista. Aquí mando yo: ¡a callar! Aceptamos una jerarquía superior, pero jamás la presencia de un semejante que intente imponer el orden respetando los puntos de vista ajenos. Jamás aceptaré la autoridad emanada de mis pares y en este país todos son mis pares. Ninguna voz es digna de crédito ni merecedora de la menor consideración. Uno es peor que el otro. Sálvese el que pueda. Viva la muerte. Las promesas se repiten, el escepticismo cunde, las palabras se desgastan, las esperanzas también. Quien se acerque es movido por un interés inconfesable. No existen la piedad ni el perdón ni la transparencia ni la honorabilidad ni la confianza ni las sanas intenciones. Quien no descubra rápido los auténticos móviles de los terceros no tardará en perecer víctima de ellos.

Nada está sano, todo está podrido. Pobre de quien confía porque será devorado. Pobre de quien cree porque será traicionado. Pobre de quien sueña porque al despertar vivirá una pesadilla. Pobre de quien se atreva a alcanzar el éxito porque será aniquilado. Pobre de quien no se ría y se burle porque parecerá cuerdo. Pobres de los cuerdos porque serán excluidos. Pobres de los excluidos porque jamás serán escuchados.

Tú, sí, tú, el que camina rumbo a la proa, el mismo que arrojó los catalejos, los binoculares, los espejos, los sextantes y las brújulas al mar, tú, sí, tú, has hecho patria… Eres un bienamado…

lunes, 19 de octubre de 2009

En China los fusilan

La Calle
Luis González de Alba
2009-10-19•Acentos


Nadie con un mínimo sentido de la justicia social puede estar contra el hecho de que trabajadores de una empresa X tengan salarios, prestaciones y jubilaciones decentes, y aun privilegiadas. Pero es una indecencia que el secretario general del sindicato de X gane, a cargo de los contribuyentes, más que un Presidente de la República y que para sostener esas prestaciones en un país concreto, México, y no Dinamarca, 42 mil trabajadores chupen del gobierno lo mismo que se destina a 25 millones de pobres con el programa Oportunidades o el doble que la venerada Universidad Nacional, con 300 mil alumnos. Eso se llama asalto, robo, despojo. En China comunista los fusilan.
La culpa es de la empresa, por supuesto. Por eso la liquidada es la empresa. Pero, si nos olvidamos de argumentaciones sofistas y nos dejamos de leer la mano entre gitanos, tampoco es posible ignorar que una empresa dirigida por un burócrata con sueldo fijo hace lo que el sindicato le pida si desde arriba le financian las nuevas y decentes prestaciones.
Todo patrón tiene derecho a liquidar una empresa con la que pierde, lo puede hacer cuando lo decida con la única salvedad de indemnizar a sus trabajadores según la ley y los términos del contrato. Y en Luz y Fuerza del Centro el patrón es el gobierno desde que el presidente López Mateos la compró para salvar a patrones particulares que así vieron premiada su incompetencia. El SME, sindicato que alguna vez encabezó movilizaciones democráticas, sostiene que se le hacen pagar errores de la empresa. Sería verdad en una empresa privada, pero el SME tuvo por patrón a un burócrata.
Lo que un sindicato de empresa privada jamás haría, porque sabe que pone en riesgo la existencia de su fuente de trabajo, el sindicato de una paraestatal se lo permite: sabe que la empresa no quebrará porque tiene detrás el presupuesto federal de un país que está entre las primeras doce economías del mundo y al frente a un burócrata que no cuida su bolsillo, sino su chamba y no quiere que le hagan olas.
Los 42 mil millones que tanto se han mencionado como subsidio, no son sino la pérdida de la empresa. A sus gastos corrientes se deben sumar los ingresos por cobro de electricidad que no producía, sólo compraba como cualquier intermediario. ¿Qué ha pasado en México que la izquierda defiende el intermediarismo, ventajas, ineficiencia y prepotencia de pocos?
El SME se ganó veinte años más de vida con su apoyo a Salinas de Gortari. La Quina, que jugó a favor de Cuauhtémoc Cárdenas en su candidatura del 88, pagó el error con la cabeza.
Nadie puede estar en desacuerdo con que los trabajadores tengan facilidades para hacer deporte. Pero de ahí a tener una duela de bambú de las que cuestan millones a los equipos profesionales de básquet hay el abismo que separa al empresario que cuida su negocio y al burócrata que sólo pide más presupuesto. Es el abismo que hay entre los trabajadores que cuidan su fuente de trabajo, porque saben que demandas excesivas la llevarían a la quiebra, y quienes saben que no habrá quiebra ni jubilándose a los 45 años de edad si entró a los 15, y con 3.3 veces el salario promedio porque detrás no hay un empresario, sino los contribuyentes del país.
Lo sabemos todos: los sindicatos buscan, o deberían hacerlo, los mejores salarios y prestaciones para sus agremiados. Y nada es excesivo ni injusto: todos queremos vivir lo mejor posible. ¿Dónde le para un sindicato en sus demandas? Donde ve, con números, que el dueño de la empresa preferiría cerrar y pagar finiquitos. Ese límite, repito, no lo tiene el sindicato de una paraestatal.
Y sin duda no es el SME el único sindicato que aprovecha su posición estratégica para obtener lo decente y hasta lo indecente. Son todos los que, como los maestros de la SEP, reciben su paga del gobierno. Una crítica muy leída por estos días es que la vara que mide a LyFC debería medir a media docena de burocracias poderosas e intocables, además de ineficientes. Cierto. Pero como dijo Jack el Destripador: vamos por partes.
En la vieja izquierda descalificábamos toda crítica contra Fidel Castro o la URSS señalando que el criticón exhibía su parcialidad al no mencionar, también, las dictaduras de Somoza, Trujillo, y así hasta Calígula. Hoy la nueva izquierda tiene el mismo tic: “A ver, a ver, qué casualidad que el tal Calderón no acaba también con el SNTE, con Deschamps y sus petroleros, con los mineros de Napito… A ver… ¿ah, verdá?”

www.luisgonzalezdealba.com

viernes, 16 de octubre de 2009

El inteligente es peligroso...

Francisco Martín Moreno
02-Oct-2009


En la política mexicana —los hechos son tercos— ser inteligente es peligroso, porque quien cuenta con la facultad de conocer, de analizar y de comprender y, por ende, critica, deduce, expone y concluye con habilidad y destreza, es excluido de la cúpula del poder. A los tontos los dominas, los muy vivos saben brincar por encima de los obstáculos… En el seno del gobierno se premia la lealtad y la obsecuencia con una carrera meteórica que puede venir acompañada de la posibilidad de crear una colosal fortuna lograda a base de sobornos o desfalcos.
En efecto, al inteligente se le considera peligroso por incontrolable e inasible. Se le teme porque es capaz de prever alternativas y soluciones inaccesibles para el término medio y el superior de los funcionarios. En pocas palabras: las personas inteligentes pueden ver lo que escapa a otros intelectos inferiores y, por lo mismo, deben ser suprimidas y expulsadas desde que gozan de una envidiable habilidad para instrumentar planes y proyectos orientados a destruir las bases de poder en que se sostienen los mediocres.
No hay cabida para los inteligentes porque sus objetivos pueden estar reñidos con los intereses creados del sector gobernante en el país. Imposible permitirles su estancia en el seno del sistema porque una jugada, el desplazamiento de un simple alfil sobre el tablero del ajedrez político, podría traducirse en una catástrofe para los miopes que no entendieron el alcance del movimiento hasta que ya era demasiado tarde… Algo así como cuando las fuerzas griegas que asediaron Troya lograron introducir un enorme caballo, en cuyo interior se encontraba un reducido número de soldados, quienes al entrar a la fortaleza, abrieron las puertas de la ciudad para facilitar el éxito militar después de diez años en que había sido imposible superar las altas murallas que la defendían. Hay que temerle a los Ulises que son capaces de urdir estrategias que nadie entiende hasta que la inteligencia de los notables hace que sus enemigos inclinen la cerviz, se humillen ante la verdadera autoridad y no tengan otra alternativa que seguir las instrucciones de los sabios y doctos, quienes acaban apoderándose de todos los escenarios quedándose con reinas, alfiles, caballos y torres y hasta los tableros de los contrincantes.
Los primeros en excluir a los inteligentes de su entorno son los acomplejados por experiencias pasadas, los inseguros ávidos de controles de cualquier naturaleza con tal de maniatar y someter a quienes cuentan con la capacidad de producir acontecimientos imprevisibles. Los sujetos pequeñitos, los insignificantes, son amantes del inmovilismo, porque temen perder el control de un ejército en marcha. En el estatismo, en el reposo, las consecuencias son previsibles, no así cuando el progreso irrumpe y altera el statu quo, la atmósfera ideal en la que vegetan los imbéciles, los reaccionarios, enemigos perpetuos de la evolución.
Cuando se dice que en la naturaleza manda el que tiene más inteligencia, se debe matizar el enunciado sobre todo en lo que hace al gobierno mexicano. Es evidente que quien manda, y no sólo me refiero al jefe de la nación, sino al Congreso de la Unión, no son los más inteligentes. Las pruebas están a la vista con tan sólo contemplar el estado temerario de parálisis y estancamiento en que se encuentra el país. ¿Nos están gobernando los más inteligentes..? En México existe un sinnúmero de ciudadanos con una inteligencia mucho más que superior a la media prevaleciente en el gobierno y, sin embargo, se declaran incompetentes para cambiar el rumbo, desatar nudos, encarcelar a quienes tienen secuestrado el país lanzándolo a un estadio de desarrollo que sólo ellos pueden anticipar con su visión futurista. Se niegan a incorporarse a las filas de la delincuencia política o a sumarse al proceso de putrefacción de las instituciones nacionales. ¿Son inteligentes? Por supuesto que lo son, pero no pierden de vista que los grandes transformadores deben estar dispuestos a jugarse la vida: ahí está el caso de Colosio…
Los inteligentes deben dejar de ser considerados como peligrosos. Cuando se privilegia la lealtad antes que la inteligencia y la capacidad, adviene el inmovilismo, el mundo ideal de los imbéciles. Sólo los acomplejados e incapaces se rodean de gente menor para poderla controlar. Sólo los inteligentes se rodean de inteligentes y colocan al mejor hombre en el mejor puesto con independencia de su lealtad…

fmartinmoreno@yahoo.com

jueves, 15 de octubre de 2009

Razón de Estado

En Petit Comite
Óscar Mario Beteta

2009-10-15•Acentos


La decisión del presidente Calderón de liquidar LFC deriva de una auténtica razón de Estado y se apoya en dos teóricos fundamentales: Aristóteles y Maquiavelo, presentes en la política, uno desde hace 2 mil 400 años, otro durante los últimos cinco siglos. En el war room, de donde salió la sentencia de muerte de esa empresa, no se la pudo armar mejor.
El estagirita se hace presente con su idea del todo y la parte, en la que aquél es el Estado; es decir, la sociedad en su conjunto, mientras ésta puede ser cualquier grupo que se le opone mirando sólo a su interés.
En el deber de conservar a la comunidad, el jefe de ésta no puede dudar: tiene que hacer lo que sea para realizarlo. Las leyes lo obligan; la moral lo compromete. Sólo entonces puede decirse de él que es un político, un estadista.
Por su parte, el florentino sugiere que para conservar un reino nunca se reconozcan límites. Su máxima de que “el fin justifica los medios”, es absolutamente moral cuando el Príncipe la emplea para proteger a sus gobernados del peligro. Es lo que hizo Calderón en el caso de LFC.
La naturaleza y el objeto del Estado y de los particulares son antagónicos e irreconciliables: uno debe procurar el bien común, otros buscan ventajas propias. Su coexistencia es imposible; uno debe perecer. La totalidad ética de aquél, obliga a cualquier acción para preservarlo.
En política, los actos del gobernante sólo se miden por el éxito de sus decisiones. Con Maquiavelo, es suficiente que “cuando un hecho lo acuse, el resultado lo excuse; y si éste es bueno, siempre se le absolverá”.
Para quienes atacan la decisión presidencial, los latinos sentenciaron, cuando pensaron separarse de los romanos, invocados por el padre del Estado moderno: “Más pertinente es a nuestras cosas determinar lo que hemos de hacer que lo que hemos de decir; fácil será, después de tomada la determinación, acomodar las palabras a los hechos”, lo cual ni siquiera es necesario en este caso, porque el brain trust oficial lo previó todo.
Y el SME, que quiere revertir la historia, debe recordar que en el gobierno hay plena conciencia de que, también con Maquiavelo, “para regir a la multitud, vale más la severidad que la clemencia”.
Sotto voce
Es loable que entre los aspirantes a presidir la CNDH, el ex rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente haya decidido no figurar. Sin embargo, no sería extraño que, apartidista como es, pronto se le ofreciera hacerse cargo de una muy importante responsabilidad.

dikon2001@yahoo.com.mx

Nos gusta que nos maltraten

Interludio
Román Revueltas Retes
2009-10-15•Al Frente

Bueno, y si se privatizara el sector eléctrico o, por lo menos, si una compañía de capitales privados (que, en realidad, al cotizar en la Bolsa y ser sus dueños miles de inversionistas se trataría de una empresa “pública”, ahí sí, en el más estricto sentido de la palabra) le comprara al Estado mexicano los restos del naufragio y brindara el servicio a los sufridos consumidores, ¿eso sería una monstruosidad, una hecatombe, una “traición a la patria”, una “pérdida de soberanía”?
¿Desde cuándo es más soberano un jubilado al que, de pronto, le llega un recibo mañosamente inflado por los tenebrosos empleados de Luz y Fuerza del Centro? Y ¿cómo es que el “patrimonio del pueblo de México” termina costándole a ese mismo pueblo 42 mil millones de pesos al año en vez de darle ganancias contantes y sonantes? Digo.
Las corporaciones privadas —excepto esos bancos yanquis y europeos que se dedicaron a arriesgar los dineros de sus clientes en operaciones absolutamente fantasiosas y que ahora van a ser rescatados con la plata de los contribuyentes— no invierten los fondos del erario sino sus propios recursos. Es decir, no nos cuestan nada a los ciudadanos. Y, cuando existe un mercado verdaderamente abierto, los consumidores podemos elegir entre varias opciones: si el supermercado de una cadena nos queda muy lejos de la casa o si sus cajeras son malencaradas, entonces hacemos la compra en otro lugar; y si no nos satisfacen los servicios de Telcel vamos a Iusacell o a Nextel y sanseacabó. Resulta, sin embargo, que la electricidad no es un servicio común y corriente sino una especie de producto sagrado —algo así como la hostia que te comes en la misa y que, supongo, no la fabrican empresas trasnacionales— y por esa razón no puede debe ser vendida por simple negociantes sino que necesita ser traficada por los burócratas al servicio del Estado. Tenemos así apagones, voltajes que queman los televisores, cobros abusivos y descortesías del personal. Somos “soberanos”, eso sí. E irremediablemente estúpidos.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Y dale con la “soberanía”...!

Interludio
Román Revueltas Retes
2009-10-14•Al Frente

Lo que les decía: el patrimonio nacional es un principio innegociable sobre todo cuando te sirve de pretexto para birlarle la riqueza particular al resto del personal. No cabe duda que fueron muy listos los inventores del modelito nacionalista revolucionario: se deshicieron primeramente a balazos de sus contrincantes y luego, cuando la escabechina comenzó a ser un tanto contraproducente, pactaron una paz institucionalizada muy ventajosa que les habría de rendir fabulosas ganancias. Naturalmente, para que el público no se soliviantara recurrieron a los mismos espantajos de siempre pero en versión laica, es decir, en vez de sacar el crucifijo y ponerlo delante de la hoguera se inventaron unos dogmas absolutamente incuestionables que, mira tú, tienen plena vigencia en nuestros días y que son ferozmente recitados por los politicastros de turno.
¿No ha el propio Rayito pronunciado las palabras encantadas “soberanía nacional” y “patrimonio de todos los mexicanos” a propósito de la sosegada aniquilación de Luz y Fuerza del Centro? Y, díganme ustedes, ¿qué tiene que ver una compañía ineficiente que, entre otras cosas, se ha dedicado a extorsionar pura y simplemente a sus clientes, que no es en lo absoluto propiedad de los ciudadanos de este país sino de su sindicato —o sea, de unos líderes mafiosos que, sin rendir cuentas a nadie, se sirven con la cuchara grande y disponen a su antojo de las cuotas que pagan los trabajadores y de los recursos que le ordeñan a la empresa— y que, encima, brinda un pésimo servicio sin obtener siquiera ganancias, que tiene que ver, repito, este engendro con la “soberanía” y con el “patrimonio” de todos nosotros? Pues, nada. Al contrario, significa una pérdida de recursos contantes y sonantes que salen de nuestros bolsillos y representa una carga para toda la sociedad mexicana.
Pero, lo que son las cosas, seguir manteniendo a estos zánganos se vuelve, de pronto, un asunto “nacional” y “patriótico”. ¡Qué forma de abusar de las palabras y de querernos ver la cara de estúpidos! Pero… ya no.

revueltas@mac.com

Sindicatos improductivos

Día con día
Héctor Aguilar Camín
2009-10-14•Al Frente

El Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) fue en su tiempo la vanguardia sindical de México. El primer sindicato que firmó en este país un contrato por normas de trabajo, es decir, que alguien era contratado para un trabajo determinado y no para lo que se ocurriera al patrón, como era en todas partes.
No perdió año sin ganar algo en su negociación del contrato colectivo y su mismo trabajo fue parte de una épica mal contada hasta hoy: la electrificación de México.
Hemos asistido en los últimos días a un desenlace contrario al origen. Aquel sindicato de la vanguardia del trabajo y la modernidad sindical, terminó siendo el ejemplo de un sindicato caro, improductivo y conservador.
Durante sus años de improductividad, expresión cabal de una empresa mala, en liquidación desde 1974, rescatada en los años 90 como pago de servicios electorales al sindicato, el SME no dejó de sumar cada año nuevas conquistas a su contrato colectivo de trabajo.
La paradoja es que con cada conquista contraria a la productividad, los trabajadores del SME cavaban la tumba de su empresa y, con ella, la de su fuente de trabajo.
Cada conquista desprotegía en lugar de fortalecer su condición laboral, porque iba dejando huecos insostenibles en la empresa. Las cosas costaban ahí tres veces lo que en la otra empresa eléctrica del Estado. Y cada conquista del sindicato aumentaba los costos y echaba otra paletada de tierra sobre su fuente de trabajo.
Llegaron a tener el mejor contrato colectivo en la peor empresa pública del país: un contrasentido que les cobró el peaje completo con la liquidación de la empresa.
Algo parecido a esto —conquistas laborales contrarias a la productividad— sucede en todos los sindicatos públicos mexicanos. Son sindicatos que protegen el trabajo al punto de inmovilizarlo y atentar contra él. Este es el acto de corrupción fundador, el origen de todos los otros. Erigir la divisa: aquí se puede trabajar menos cada vez y cobrar más cada vez.
Sindicatos contrarios al trabajo. Sindicatos que acumulan conquistas laborales mientras empeoran la calidad de su trabajo y el lugar donde trabajan.
¿Es posible otra cosa? Hay un ejemplo vivo de que sí. El sindicato de telefonistas fue capaz de hacer su conversión histórica del sindicalismo improductivo de la empresa telefónica de otros tiempos, a la productividad y la modernidad incuestionables de la empresa telefónica de hoy.

acamin@milenio.com

martes, 13 de octubre de 2009

“Soberanía”, sí, para seguirnos extorsionando

Interludio
Román Revueltas Retes
2009-10-12•Al Frente

Luz y Fuerza del Centro es la más acabada expresión del corporativismo alentado por el antiguo régimen: empresa esencialmente improductiva porque no debe rendir cuentas a nadie sino a sus propios empleados, madriguera de trabajadores inamovibles por más haraganes o displicentes que puedan ser y espacio natural para la consumación de escandalosas corruptelas pero, eso sí, anterior semillero de votos garantizados a un partido oficial, el tricolor, que parece hoy desentenderse enteramente del papel que jugó al fabricar parecidos engendros.
Naturalmente, para el Sindicato Mexicano de Electricistas la liquidación de la empresa paraestatal “perpetra una puñalada trapera al Patrimonio Nacional, a la Soberanía e Independencia Nacionales” [tan tremendos palabros con mayúsculas, desde luego]. O sea, que el consumidor indefenso al que le llega, de la noche a la mañana, una factura de 12 mil pesos que debe pagar inexorablemente porque LFC tiene la facultad de trasportarlo directamente a la Edad Media dejándolo —a él y a su familia— sin electricidad (sin luz, sin corriente para mirar la tele, usar la computadora o mantener fríos los víveres del refrigerador), ese consumidor, repito, no sólo debe seguir agachando la cabeza ante un abuso de ese tamaño y apoquinando un cobro a todas luces injusto y arbitrario con la plata que no tiene sino, encima, seguir afrontando el insufrible maltrato de burócratas majaderos al intentar gestionar, en unas piojosas oficinas de “atención” (es un decir) al público, una solución a su problema.
¿Qué diablos tiene que ver esta extorsión con el “Patrimonio Nacional”, la “Soberanía” y la “Independencia Nacionales”? Y, por favor, ¿por qué razón debemos todos los ciudadanos de este país, incluyendo aquellos que no padecemos el infortunio de tener que usar el “servicio” de una compañía tan mala, solventarle, con dinero de nuestros bolsillos, 42 mil millones de pesos al año para que no pueda siquiera aumentar su capacidad de generación y proveer de energía a nuevos usuarios, para que malgaste sus recursos en canonjías y privilegios exigidos perentoriamente por sus mimados trabajadores y para que dilapide de manera criminal, ahí sí, el patrimonio de los mexicanos?
Pero, sobre todo, ¿cuándo fue que todos nosotros, los ciudadanos de este país, nos volvimos tan imbéciles como para que cualquier lidercillo abusivo y envilecido nos acojone con el espantajo de que la “soberanía nacional”, “el patrimonio (nacional)” y la “independencia (nacional)” están en peligro porque un responsable político decide, por fin y de una buena vez, fajarse los pantalones y limpiar la casa?

revueltas@mac.com

La batalla de Luz y Fuerza

Día con día
Héctor Aguilar Camín
12-oct-2009

La liquidación de Luz y Fuerza del Centro abre un espacio de forcejeo político y una batalla de creencias.
El forcejeo político puede convertirse en una protesta mayor. La convicción del sindicato es que aquí puede empezar el estallido social pregonado, con fruición o con miedo, por diversos agoreros de las simetrías del Bicentenario de la Independencia (1810), el Centenario de la Revolución (1910) y Lo que viene (2010).
Según la dirigencia sindical, al liquidar la compañía Luz y Fuerza del Centro, el gobierno se da un golpe a sí mismo y a la estabilidad del país.
El cumplimiento de la profecía del sindicato parece remoto, pero hará mal quien desestime el tamaño del agravio que la decisión puede infligir a creencias arraigadas en los mexicanos.
Aquí se reedita, con decisiones de trascendencia incuestionable, la disputa entre las creencias corporativas del nacionalismo revolucionario y las estrategias que genérica y despectivamente suelen llamarse neoliberales.
De un lado la creencia en el sindicalismo mexicano como un bastión de conquistas históricas de los trabajadores y del pueblo, pese a sus notorias deformidades; del otro lado, la decisión de sanear económica e institucionalmente la empresa pública menos presentable del país.
De un lado, la defensa de la relación histórica del gobierno con los sindicatos públicos, aunque sea lesiva a la empresa; del otro, la decisión de cortar la complicidad del gobierno con estos sindicatos improductivos.
De un lado el acuerdo histórico de respeto a la autonomía sindical, aunque sea el respeto a elecciones fraudulentas y a dirigencias irremovibles; del otro, un hasta aquí al chantaje que rige las relaciones políticas del gobierno con sus sindicatos.
De un lado la militancia ideológica de pregonada izquierda, aunque con prácticas conservadoras inaceptables para cualquier izquierda democrática; del otro, la búsqueda de liderato y autoridad de un gobierno en minoría, que ha tomado una decisión de fondo.
La pregunta política fundamental es cuánta pasión y cuánto agravio puede infligir la acción del gobierno a la sociedad por este ataque al centro de las costumbres políticas. Del otro, cuánto apoyo y cuánta simpatía puede suscitar esa misma acción o, en su defecto, cuánta indiferencia, ya que el sindicato en cuestión no es el favorito de los usuarios, ni los derechos sindicales el tabú preferido de la vieja cultura política.
Puede anticiparse esto: la pelea no terminará por nocaut.

Haciendo historia

Macario Schettino
Economía Informal

13 de octubre de 2009

El domingo se declaró extinta Luz y Fuerza del Centro. Se trata de una decisión que se pospuso por décadas, provocando un costo para el país nada despreciable
Sólo en los últimos 10 años, el subsidio que requirió esta empresa para seguir operando fue de 3% del Producto Interno Bruto (PIB), sin contar la pérdida de fluido eléctrico que en la región de esta empresa supera 30%, frente a menos de 10% en la zona que opera CFE.
Y faltaría considerar el costo por ineficiencia que Luz y Fuerza nos ha trasladado a los usuarios.
Aunque Luz y Fuerza debió desaparecer desde los años 70, el conflicto de esa década al interior del sindicato de electricistas impidió concretar la decisión. Después, en los 80, cuando cientos de empresas de gobierno desaparecieron precisamente por su elevado costo, Luz y Fuerza logró sobrevivir gracias, en buena medida, a la alianza que estableció con Carlos Salinas en su camino a la Presidencia. Después, ni Luis Ernesto Zedillo ni Vicente Fox encontraron el momento y el ánimo adecuado para terminar con este pozo sin fondo.
Esta columna apoya sin lugar a dudas esta decisión del gobierno mexicano. Para tener una idea de lo que ésta significa, en términos estrictamente financieros, observe usted que la liquidación que se ha ofrecido a los trabajadores de la empresa, sumamente generosa, alcanza 20 mil millones de pesos, mientras que si la empresa siguiera funcionado, el año próximo nos hubiese costado 45 mil millones. Parece increíble, pero cerrando la empresa y liquidando con toda generosidad, el país acaba ganando dinero. Así de grave estaba la situación en esa empresa.
La decisión que por fin se ha tomado es histórica. Supera por mucho aquellas que a Carlos Salinas le fueron muy celebradas. No se trata de un “quinazo”, en donde el gobierno enfrenta a un grupo de poder en un sindicato sólo para sustituirlo por otro igual, pero más cercano al poderoso. Hoy se trata de corregir un problema relevante para el país aún teniendo enfrente a un grupo sindical muy poderoso. Es un cambio histórico.
Se han opuesto con claridad a esta decisión diversos actores políticos, todos en esa parte del espectro que en México llamamos izquierda, aunque cada vez lo parezca menos. Principalmente ese grupo que se ha coagulado alrededor de López Obrador, que sigue buscando cualquier oportunidad para desestabilizar. Los argumentos van desde una imaginada privatización hasta el incremento del desempleo que significa el cierre de Luz y Fuerza. No hay sorpresas.
Luz y Fuerza era un caso extremo de captura del Estado, pero no el único, ni mucho menos. México se construyó, en el siglo XX, mediante una relación que hoy llamaríamos de corrupción entre diversos grupos de interés y el Estado. En la misma esfera sindical, los petroleros y los maestros son dos ejemplos más, pero no iguales. En la campesina, la CNC continúa extrayendo recursos del presupuesto para el campo que, de haber llegado alguna vez a manos de los campesinos, habrían dejado la pobreza hace décadas. En el ámbito empresarial, las permanentes presiones de los grandes empresarios, todos ellos construidos desde el Estado. En el académico, las inmensas y poco productivas universidades públicas. Y no hay que olvidar los medios de comunicación. La economía mexicana es, en realidad, lo que los investigadores llaman “capitalismo de compadrazgo,” un esquema construido no para generar riqueza, sino para redistribuir rentas, de todos los que no estamos organizados a quienes sí lo están. Por eso la decisión del gobierno es histórica.
No quiero decir, en el párrafo anterior, que el gobierno vaya ahora a cerrar Pemex, o a enfrentar al SNTE, o a liquidar su relación con empresarios, las universidades o los medios de comunicación. El Estado es, a fin de cuentas, un arreglo institucional que depende de los equilibrios políticos, y no hay equilibrio cuando uno se pelea con todos. No se trata de eso, pero la decisión sí marca un límite relevante. No debería sorprenderme, pero sí lo estoy, frente a la capacidad de muchos colegas para mantener su predilección por el aplauso fácil y la frase políticamente correcta. No les ha sido difícil criticar la decisión gubernamental argumentando que el gobierno golpea a un sindicato pero mantiene cercanía con otros, también corporativos. Ni les ha costado mayor trabajo explicar la decisión como un ataque a fuerzas políticas asociadas al SME. Entiendo ahora que nunca podrán desatar los nudos que en su mente construyó el nacionalismo revolucionario y el izquierdismo barato, y por lo tanto no habrá jamás decisión que les acomode, si no la toma alguien que desde un principio haya coincidido con ellos.
Gran virtud es que hoy tengamos esta libertad que nos permite a todos expresar nuestras ideas. Libertad que hay que defender siempre, porque no es gratuita. Es de la mayor importancia que podamos tener opiniones diferentes, no sólo ante los hechos de la vida social, sino ante las posturas que tomamos, cada uno de nosotros. No sólo hay que construir nuestras opiniones, sino también hay que enfrentarlas permanentemente con la realidad. Se hace historia en México en estos días. Cerramos, como le había comentado en fechas anteriores, un ciclo de 45 años iniciado a mediados de los 60 cuando el régimen corporativo, habiendo agotado la dotación de tierra y capital disponible en México, empezó a devorar al país. Fue tan largo este tiempo porque el petróleo lo permitió.
Ya no hay más, hay que cambiar. Y todo cambio es difícil, porque exige primero comprender la diferencia entre la realidad y lo que imaginamos acerca de ella. Vamos cambiando. No todos, no al mismo tiempo, no con el mismo ánimo. Vamos cambiando.

viernes, 9 de octubre de 2009

Brasil

Macario Schettino
09 de octubre de 2009


El otorgamiento de la sede de los Juegos Olímpicos de 2016 a Río de Janeiro le ha dado nueva vida a la competencia natural entre México y Brasil. Ahora, sin duda, con una ventaja del país sudamericano que genera envidias en el nuestro. Nos recuerda que fuimos el primer país en vías de desarrollo en organizar unos Juegos Olímpicos y, peor aún, el único que sigue estando en vías de serlo después de tal evento.
Las comparaciones con Brasil no son sencillas ni determinantes. Según el índice de competitividad global del Foro Económico Mundial, en su última entrega, Brasil está en el lugar 56 y nosotros en el 60. Según el Índice de Desarrollo Humano, publicado la semana pasada, México está en el lugar 53, mejorando, y Brasil en el 75, estancado. En materia educativa, que es nuestro gran problema de largo plazo, México tiene un desempeño general superior al de Brasil (“sólo” 50% de nuestros egresados de secundaria son analfabetos funcionales, frente a más de 60% en Brasil), pero una clara desventaja en el nivel de excelencia, en el que se encuentra sólo 0.3% de nuestros jóvenes frente a 1.5% en Brasil.


Sin embargo, en los pocos años que llevamos del siglo XXI hay una creciente percepción de que Brasil tiene un mejor desempeño que México. Percepción que no se puede sustentar en los datos del párrafo anterior, evidentemente, de forma que debe tener que ver más con expectativas que con resultados. Durante la última docena de años, Brasil ha logrado tomar decisiones que le amplían sus posibilidades de éxito, mientras México, con muchas dificultades, ha tomado decisiones que apenas le permiten sobrevivir. Esta parece ser la gran diferencia.


A pesar de que Brasil tiene un problema de desigualdad económica y social superior al de México, a pesar de un nivel de pobreza también superior al nuestro, resulta que ese país tiene un futuro más prometedor que México. Un futuro que han construido en 12 años, no más, partiendo de una reforma energética seria, construyendo un Estado fiscalmente sano e implementando programas contra la pobreza basados en los nuestros. En menos palabras: el futuro de Brasil se está construyendo en reformas. En las mismas reformas que nosotros no queremos hacer.


Cuando Petrobras se reformó profundamente, dejando de ser algo similar a Pemex para convertirse en una empresa seria, con inversión privada y capacidad de asociarse con otras, Brasil empezó a producir petróleo de manera significativa. Hoy, 12 años después, producen prácticamente lo mismo que nosotros y tienen más reservas. Antes, era tal su insuficiencia que inventaron el uso del etanol como combustible. Una reforma energética que ha hecho a ese país exitoso, es decir, realmente soberano.


Brasil recauda impuestos por más de 30% del PIB. Es más pobre y más desigual que nosotros, pero tiene un IVA promedio de 17% del que sólo se excluyen libros, periódicos, frutas y vegetales. El impuesto tiene una tasa mayor para energéticos, alcohol, tabaco y telecomunicaciones que funciona como el IEPS nuestro. Este impuesto es estatal (con una base nacional de 12%), de forma que los estados cobran, se financian solos, y no son dependientes del poder central. En los últimos 12 años este impuesto ha crecido hasta representar 40% de los ingresos del gobierno.


La evidencia de que nuestros problemas se derivan de las malas decisiones del pasado es contundente y abrumadora, pero nuestra capacidad de negar la realidad es todavía mayor. Es claro que todos los países desarrollados tienen leyes laborales flexibles, empresas energéticas privadas o públicas con capacidad de asociación, y recaudación fiscal superior a 30% de su PIB con base en Impuesto Sobre la Renta del orden de 35% e IVA de entre 18% y 20%, en ambos casos prácticamente sin deducciones. Pero nosotros decimos que eso no está bien, y que es preferible nuestra forma de administrarnos, a pesar del evidente fracaso de nuestro país, que entonces achacamos al neoliberalismo, o a lo que sea.


Como acabo de mostrarle, Brasil ha decidido seguir el camino de los países desarrollados, y por eso su futuro ha crecido de tal manera que hoy puede convertirse en el segundo país latinoamericano en organizar los Juegos Olímpicos, simple reconocimiento a la promesa que es hoy esa nación.


Pero nosotros decimos que eso no está bien, y me imagino que no nos quedará más que calificar a Lula de neoliberal, puesto que sigue el camino de esos países desarrollados que nosotros despreciamos. Reitero, la evidencia de nuestros errores es inmensa, pero nuestra ceguera es aún mayor. No hay izquierda en el mundo que se oponga al alza de impuestos, salvo la nuestra; no hay país que niegue a sus empresas la posibilidad de asociarse para producir más rentas nacionales, salvo nosotros.


O liberamos nuestra mente de las taras que nos limitan, o habremos destruido a México a golpe de necedad y estupidez. Los datos hablan.


www.macario.com.mx

Profesor de Humanidades del ITESM-CCM

lunes, 28 de septiembre de 2009

Odium plebis

La Calle
Luis González de Alba
2009-09-28

Todas las encuestas de opinión muestran que no hay grupo más detestado, ni siquiera los atemorizantes policías judiciales, que los diputados y diputadas, para no hacerlas menos ni excepción: ellas son iguales o peores. Lo cual es una lástima porque alguna vez creímos que las mujeres traerían un aire nuevo a la política, de niñas son más rigurosas que los niños, se guían más por reglas y las imponen con técnicas propias. Pero resultó que quisieron ser toreras, boxeadoras, soldadas, policías y hasta, el colmo, diputadas.

Los policías, sobre todo judiciales, son más temidos: su aspecto, el pistolón fácil, la mirada torva, el diente de oro. Pero son más detestados los diputados porque son la imagen misma del agandaye: se reparten el pastel del presupuesto sin control alguno de otro poder y sin consulta a sus electores porque han logrado total independencia: se deben únicamente a la burocracia de su partido, con la que están bien mientras le sirvan tajadas abundantes del presupuesto.

Los acabamos de ver en su mole, batiéndose en el insulto y la fanfarronería con motivo de la comparecencia de secretarios sobre los que vomitaron bilis y nada más que bilis, pavoneándose fatuos y prepotentes.

Como en aquel infausto “diálogo” público que logró el primer CEU y tuvo lugar en el auditorio Justo Sierra de la UNAM y, tal y como era de esperar, se volvió concurso de “vencidas” con el enemigo y frases insolentes para arrancar el aplauso de la gayola, igual hoy, sólo que entre viejos con cuarenta años más y con el país, no la UNAM, en sus manos; así vimos la comparecencia de Carstens (que se acentúa como Orleans) y de Gómez Mont convertidas en exhibición de fuero y gritos de macacos.

¿Razones, contrapropuestas, ideas?: no saben los nuevos diputados qué sea eso. Saben insultar y denigrar. ¿No al 2 por ciento en todos los bienes y servicios? Quizá… La negativa puede fundamentarse,¿no podrían exponer sus argumentos? Aquí les regalo uno:

Cuando Fox presentó su propuesta de IVA generalizado la acompañó de una reducción: de 15 a 10 por ciento, pero en todo. Era sencillo explicar a una familia pobre que recuperaría más de lo pagado en alimentos (las medicinas son gratuitas con el Seguro Popular e IMSS) con el ahorro de un 5 por ciento en renta, calzado, ropa, teléfono, electricidad. Y no es poco si vemos que un 90 por ciento de los pobres tiene televisor. Bien, la propuesta del presidente Calderón es un aumento simple: de 15 a 17 por ciento en IVA. Los que defendimos la propuesta de Fox no tenemos ahora aquellos argumentos. El aumento es simple y llano. ¿Por qué lo vamos a aceptar para juntar 70 mil millones dedicados a los pobres si nada más Luz y Fuerza del Centro engulle 40 mil millones? ¿Si los partidos se repartirán, sin elecciones enfrente, 3 mil millones?

Aquí tienen uno argumento para escuchar la contrarréplica de Carstens. Pero la injuria vil, la diatriba fernandez-noroñona ¿a qué conduce sino a cerrar todo diálogo en un lugar hecho precisamente para hablar y por eso llamado Parlamento? Los insultos se responden con insultos, decía atinadamente Carlos Payán cuando era director de La Jornada. Así es. No puede haber debate ante los escupitajos.

En Reforma, F. Bartolomé lo dice de manera inmejorable: ver el Canal del Congreso es ver Animal Planet 2. Pero con una enorme diferencia: falta variedad y no vemos sino las especies más repulsivas: jamás castores construyendo una presa o cómo cogen los somormujos o marchan los pingüinos, sino hienas riendo, changos enseñándose los dientes con chillidos, orejas tapadas, ignorancia de patanes que ganan 105 mil al mes, sin impuestos porque nos los cargan a nosotros, tiran puertas a patadas porque “para eso tengo fuero” (y no, diputadete, no es para eso el fuero) y se zampan 12 millones en galletitas, mientras trasiegan grandes vinos y nos endosan la cuenta.

Se están arriesgando, dijo Carlos Marín, a que un maravilloso día de éstos los arrastremos por las calles como hicieron los italianos con Benito Mussolini. Dice el mesías que habrá un estallido social y comienzo a creerlo, calculo que serán pocos los árboles de la Alameda para colgar a más de 600 legisladores con todo y su fuero. Los primeros serán los secuaces del Rayito, que son los más vándalos, rústicos y analfabetas. Pero, antes, ¿quién será el primero que vea su finísimo traje manchado por el plato de codornices contra la nariz, cuya cuenta nos pasan?

www.luisgonzalezdealba.com

domingo, 27 de septiembre de 2009

La última llamada para los Beltrones

La historia en breve

Ciro Gómez Leyva

2009-08-31•Al Frente

Estamos en el mismo barco, dijo ayer Manlio Fabio Beltrones, líder de los senadores del PRI y emblema de una generación de priistas y no priistas que hace ya muchos años se presentaron como demócratas sensibles, políticos con oficio.

Si México es el barco, va a la deriva, entre otras cosas por la pobre, ilógica, disfuncional capitanía de los Beltrones, Gamboa, Paredes, Madrazo, Gordillo, Fox, Calderón, Creel, Fernández de Cevallos, López Obrador, Ortega, Navarrete, y también de los Ramírez Acuña, Vázquez Mota, Chuayffet, Encinas...

Como generación política son un fracaso. Son la del encono, la revancha: los perdonavidas. La del nulo crecimiento económico, los monopolios, el cierre de empresas, los secuestros, las extorsiones, los decapitados, el desplome educativo, la falta de agua, el marasmo tecnológico. Legislativamente mediocres, han sido cobardes a la hora de pagar los costos de las reformas (fiscal, laboral, energética) que el sentido común pide a gritos. No imaginan, no concretan.

La mayoría de ellos ha hecho saber que a partir de hoy, que zarpa la 61 Legislatura, podrá tomarse una ruta de acuerdos, atención a los problemas de solución impostergable, en fin.

Lo dudo. Culturalmente, son una generación que no aprendió a construir. Y genéticamente están mal dotados para los altos vuelos.

Ojalá me equivoque y, en su última llamada, la generación de los Beltrones saque esa grandeza de estadistas que prometieron en el 2000 y el 2003, y que no hemos visto.

Última llamada, porque el 2012 perfila otros nombres. Peña Nieto, Ebrard, Lujambio, Moreira, el propio Gómez Mont, forman y quieren formar parte de otra generación.

No de ésta. Horribilis.

Luz interior

24-Ago-2009

Pedro Ferriz

Estoy preocupado por lo que veo… El hombre esta metido en una problemática cotidiana tan intensa, que se está olvidando de voltear a ver el valor de la esencia de la vida. Todos salimos a padecer las inclemencias que se presentan en el escenario urbano. Nos quejamos de ellas, pero no hacemos mucho por darles un sentido que nos haga soportable la carga. El dinero es la medida de la satisfacción. Objetivo a alcanzar. La estabilidad emocional va en función de la económica. Incluso la salud acaba rendida ante su potestad.

¿Qué pienso hay que hacer de manera cotidiana para ser feliz, independiente de los avatares de la vida moderna?

1.- Oír música todos los días… De la que sea. Buena o mala. Popular o culta. Aunque no le entiendas… ¡ya la sentirás propia! Aduéñate de Mozart, Beethoven, Tchaikovsky… o quien te mueva sentimientos. La música es con la oración el puente vibratorio más eficaz para conectar con Dios. Un día sin música es como un día sin agua. Después de algún tiempo sin ella, acabarás marchito.

2.- Imagina el camino bueno de tus incertidumbres. Cuando tengas ante ti un escenario de duda… “piensa bien y acertarás”. Atrae el optimismo, que el pesimismo llega solo.

3.- Reza todos los días. Si no le hablas a Dios, nunca te va a escuchar. Si sientes que rezar no es necesario… felicidades. Eso quiere decir que tienes la fuerza para que todo se dé. Yo rezo porque en ocasiones me falta. Digamos que tengo un buen socio.

4.- Habla bien de todos. Si te conduce una plática a denostar una persona o grupo, asegúrate que esté presente para que argumente en su defensa. Más por más, da más (es una regla aritmética). Si tienes que destrozar a alguien, que sea para bien de los demás. A mí me gusta hacerlo, cuando considero que ayudará a terceros.

5.- Sé justo. Cuando te propongan una injusticia, no la tomes. Si te trae un beneficio, piensa que será aparente. No hay nada bueno que se cimiente en la injusticia. Si no están claros los argumentos… busca la verdad. Luego la tenemos de frente y nos encanta engañarnos con espejismos.

6.- Lee todos los días. Aunque sea un párrafo. Solo una palabra. Mis amigos son mis “quereres”. Los libros traen riqueza interior. Son mis amigos. Satisface tu curiosidad. Alguien lo hizo antes de ti. El que no lee, recicla sus pensamientos. ¡Sacude el ambiente viciado de las ideas!

7.- Enriquece tu vocabulario. Usa sinónimos. Muestra tu bagaje cultural. No hay nada más menesteroso, que la pobreza del lenguaje. A cada concepto, una palabra. A cada vocablo un sentimiento.

8.- Ríe a diario. Reír es casi igual de importante que llorar. Llora lo más que puedas. La risa y el llanto se llegan a tocar en la alegría. La nobleza se basa en externar sentimientos. Una esfinge que no ríe ni llora, se pudre en su interior.

9.- Sé constante con aquellos que amas. También en tus odios. Por lo general lo que amas guarda sus razones. Lo que odias tendrá un porqué. No ocultes tus afectos ni rechazos. Sé transparente. Vas a descansar.

10.- Mantén despierto el interés. Siempre hay algo que aprender. A cualquier edad y condición. Deja que el espíritu se asome por tus ojos… por tu pensamiento. La inteligencia es curiosa. La ignorancia, perezosa.

El hombre muere cuando se cansa de vivir. Haz que se vea fácil lo difícil. La muerte llega inopinada. ¡Como si fuera un asalto! Piensa en el regalo que representa tu existencia. Un trozo de eternidad… arrancada para ti. Vive en paz y verás tu entorno. Y cuando todo acabe, no guardarás nada oscuro en tu corazón. Ni remordimientos ni arrepentimientos. Ni envidias ni frustraciones o apegos… Nunca pierdas la fe. Aprende a fluir… ¡Como la luz!

Si te conduce una plática a denostar a una persona o grupo, asegúrate que esté presente para que argumente en su defensa.

Los jodidos y la vergüenza

14-Sep-2009

Pedro Ferriz

Somos ciudadanos educados bajo el constante mensaje de nuestros derechos. A la salud, educación, vivienda, expresión, respeto, alimentación, trabajo. Un boleto gratuito al bienestar… que si bien resulta una noble pretensión, en la práctica no es asequible si no se acompaña por un mensaje pertinaz, que nos haga conscientes de nuestras obligaciones con la patria. Sé que ésta nunca nos ha demandado que demos la vida por ella. Trabajo para su reconstrucción. Los mejores afanes de la voluntad. El arrebato de un fanatismo hacia su culto. Pero el hecho es que en la lista de prioridades, México no figura en lo alto de la tabla. Lo damos por descontado. El suelo en el que nacimos, nos regala privilegios, pero nunca nos exigió nada a cambio de sus bondades.

Hay tres tipos de mexicano. Los que pagamos impuestos y nos podemos sentar a la mesa a exigir cuentas. Los que no pagan, pudiéndolo hacer… por su poder o mimetismo. Los que no colaboran con “la causa”, al estar marginados de educación, capacidades y oportunidad. Los primeros somos el motor. Los segundos la vergüenza. Los últimos son… los últimos. Desde que “La Conquista” impuso su ley a sangre y fuego, los primeros de este suelo, se volvieron… los últimos. Encaremos el hecho de que en México se vive una profunda, ignorada, acendrada y extendida discriminación racial. Ubicar lo que compartimos. Unificar la sangre. Hacer un genoma compatible, resulta urgente. Dejemos de ver a semejantes como menores. No condenemos a los pobres a la indolencia. A la irresponsabilidad. El paternalismo de Fray Bartolomé de las Casas me resulta indigno para el siglo XXI. Sigue presente la misma pregunta que se hacía de nuestros aborígenes sobre si tendrían alma. Hoy “los sin alma” son la rebanada más grande de la base no gravable.

Por lo que toca a los que nos corresponde hacer algo, por el solo hecho de que pensamos fuera de los límites del presente. Llegó el momento de hacer a un lado el conocimiento, para entrar a fronteras de la imaginación. Hemos intentado —no con mucho afán— resolver nuestra crónica apatía. Pareciera que no hay cura. En éste, que sin duda es el momento más oscuro que me ha tocado vivir de mi México, propongo tomarlo como el fin de una época. Sepultemos la desunión que marchita propósitos. Reciclemos pensamientos, que por repetidos, nos llevan a los mismos paisajes de pretendidas soluciones. Brasil —que está saliendo de su conquista— ya se entiende como una sola raza. Los blancos, negros y mulatos, antes que otra cosa son “brasileiros”. Lula —que es de izquierda— ha sabido usar el pragmatismo de generar riqueza, basado en capital. Su pueblo crece. Su moneda es fuerte. Su gente refleja denominación de origen. Todos jalan. Estados Unidos puso en la Casa Blanca a un Presidente negro. Hombre que trabaja, hasta para los que lo ven con desprecio. Putin promueve bienestar, lo mismo para güeros caucásicos o mongoles de ojo rasgado en linderos de China. Angela Merkel exige a afroalemanes, la responsabilidad de impulsar a Deutchesland, en aras de conservar su estatus del primer país de Europa. México no sale de una visión segmentada. El rico, es rico y abusivo. El que no ha llegado ahí, se mimetiza para no hacer ruido, pero tampoco cuerpo. Y el jodido: ha sido, es y seguirá siendo “el jodido”. Hasta que reventemos todos en la desunión. Los que estamos bien, regular o mal. Y recordemos. Para definir a un jodido habrá muchas maneras. Yo encuentro una: Es aquel que no está en condiciones de ayudarse, ni hacer nada por los demás. ¿Tenemos derecho entonces para quejarnos de los recursos que ha empleado “el jodido” cuando lucha —a su modo— para desterrar sus males?... ¡Piénsenlo! Hacer responsables a todos los mexicanos por México, sin estúpidos paternalismos, es la prioridad. Las limosnas son para el diablo. De la vergüenza, hablaremos otro día.

La vergüenza

Pedro Ferriz

Hablamos de aquellos que por su condición racial, no aportan. Esos que sin términos peyorativos, son los jodidos… La vergüenza, es otro concepto a resolver. Nuestros estratos sociales no están marcados por factores educativos o culturales. Si bien lo más “exclusivo” de toda sociedad debiera ser lo culto, cívico y educado, en México, la máxima expresión gregaria está determinada por el dinero. Puedes ser un paria en conocimiento, pero estar en la punta de la pirámide, si tienes los “recursos” materiales para habitar ahí. Por ello, todo mexicano aspira a los bienes materiales, sin importar la forma de poseerlos. Esto determinará acceso al más estrecho círculo social. Los monopolios, son la consecuencia de toda esta casuística. Dominar de manera total un feudo de actividad, se ha convertido en una forma de ser y hacer. No aceptar de otros la competencia. Tomar para sí, todo privilegio posible. Excluir cualquier modo de renovación que democratice o mejore procesos. Oponerse al cambio… y no pagar impuestos, son formas de expresar lo primitivo de nuestra convivencia.

El problema es que todos aspiramos a poseer una heredad. Si no la tenemos, en automático la ambición es construirla. Esto desata una carrera egoísta, que nos tiene paralizados. Con pena contemplo a un Presidente que nos convoca a cambiarlo todo, sin mover. Ventilar viejos preceptos resulta sano de principio, aunque el llamado tope en un primer muro de resistencia. El de los poderosos, que seguro reirán, a la cándida pretensión de un hombre, que ostenta el poder de la silla presidencial… pero en tres años, no será nadie ante su potestad feudal. Ergo: el poder político es transitorio. El del dinero… real y atemporal.

En la pretensión individual por la impunidad, cada mexicano siente el derecho de evadir sus responsabilidades. Ya sea por la vía “legal”… ya por la de hecho. La impunidad, nos ha llevado al cinismo de exigirle a México, lo que no estamos dispuestos a pagar. La evasión y la elusión impositiva son la marca. Ahora que vino la propuesta del ejecutivo sobre el paquete económico, nunca asomaron los feudos. ¿Cuándo se habló de poner en cintura monopolios públicos y privados? ¿Cuándo se propuso un sacrificio a sindicatos? ¿Cuándo a los regímenes especiales de tributación? ¿Cuándo a la economía informal? ¿Cuánto pagan de impuestos nuestros políticos? ¿Cuánto los grandesempresarios?… y ante tanta impunidad y exclusión, el resto de los mexicanos aspira a un grado de opacidad. Esa que permite mimetizar tus logros. Esa que te regala el tan aspirado ¡anonimato!

La borrachera pagada por la riqueza petrolera, se ha convertido en cruda, sin haberlo advertido. Los excesos, antes financiables, hoy son cosas del pasado, aunque intentemos pensar que todo sigue igual.

La vergüenza irresponsable. La que calla, cuando la nación hace un llamado de solidaridad. La que encoge los hombros, hace puchero y voltea a ver… ¿quién se va a hacer responsable por el futuro de México? ¿Quién por el presente? ¿Quién?...

Creo en la aplicación general del IVA, porque es la forma más contundente para subir a todo mexicano al carro de la responsabilidad. Con ello no habría trampas, evasiones ni elusión. Los que no lo aceptan, sólo quieren mantener la desvergüenza… Nos debiera dar vergüenza, no aceptar la propuesta… Y dicho sea de paso: Bajen el ISR, suban el IVA y háganlo general. Estimulen al que trabaja y no hagan de esto víctima a la clase media mexicana. ¡Esa que nunca se ha rajado!

No pagar

Macario Schettino
Economía Informal
24 de septiembre de 2009

Como en todas las ocasiones que hablamos de impuestos, nadie quiere pagar
En los comentarios al artículo del martes, los lectores insistían en que no están dispuestos a pagar a un gobierno que malgasta sus recursos, al que calificaban como el más ineficiente en el mundo. Ningún lector, sin embargo, nos ha proporcionado evidencia que permita confirmar ese calificativo. Dicho de otra manera, decimos que el gobierno mexicano gasta mal, pero no lo demostramos. En el fondo, ni siquiera nos interesa saber si la afirmación es cierta. Su veracidad proviene de que no queremos pagar, y punto.
El otro gran argumento en contra del pago es que siempre nos cobran a los mismos, y que lo que se debería hacer es cobrarle a los demás, a los que no pagan. Bueno, pues precisamente eso hace la contribución de 2%: cobrarle a todos, a los que hoy pagan y a los que no pagan. Sin embargo, tampoco la contribución les gusta, porque dicen que dañará a los más pobres. Esto es totalmente falso, pero tampoco importa, se trata de tener algo que decir para no pagar.
El último de los argumentos, que se deriva del anterior, es que los que no pagan son las grandes empresas, nuevamente sin tener datos. O más bien, usando datos que no demuestran lo que se quiere, pero que siembran la duda y con eso basta y sobra. La idea de que las grandes empresas no pagan impuestos proviene de algunos estudios que infieren sus resultados, así como de filtraciones de pagos específicos de alguna empresa grande. Estas filtraciones no exigen ningún conocimiento de contabilidad, de estrategia financiera, ni de nada. Si a usted le dicen, por ejemplo, que Bimbo pagó mil pesos de impuestos o que Coca-Cola pagó quinientos, ya no se necesita hacer más. Suena totalmente incompatible el tamaño de la empresa con el monto pagado, y esa disonancia no nos hace dudar del dato, o tratar de entenderlo, sino que nos provoca enojo. Puesto que en México es malo ser rico, y las grandes empresas son todas de ricos, no se necesita hacer demasiado esfuerzo para comprobar la información. Basta con decirla para que sea creíble: los ricos son malos, son empresarios, y por lo tanto no pagan impuestos.
Hay varios problemas de lógica detrás del argumento, empezando por la incapacidad de diferenciar entre la empresa y los dueños.
Pero hay sin duda un punto relevante que deberíamos resolver. Si una empresa paga poco o mucho de impuestos no importa, lo que importa es que los accionistas de esa empresa paguen mucho por sus utilidades, si éstas son muy grandes. Y eso es un asunto totalmente diferente. De ser posible, las empresas (grandes y pequeñas) no deberían pagar nada de impuestos, porque mientras más empresas haya mejor funcionará la economía. Los que deben pagar son los dueños de las empresas, es decir, los accionistas, y a ellos deberíamos aplicarle, como a cualquier mexicano, una escala de impuesto creciente.
Si usted gana poco más de 30 mil pesos mensuales, se encuentra en la categoría más alta del ISR, compartiendo con personas que ganan 300 mil o 3 millones cada mes. Para todos, la tasa de impuesto parte de 22% rumbo al 28%. No es exactamente igual para todos, pero es prácticamente lo mismo, en porcentaje, lo que paga usted y lo que paga el ingeniero Slim, el hombre más rico de México, por poner un ejemplo.
Podríamos tener una tasa bastante más elevada para quienes tienen un ingreso elevado, si pensamos que ésa es una forma de ser más “justos”, sea esto lo que sea. Pero es a las personas a las que se debe cobrar, no a las empresas.
Reitero que el problema de fondo no es una discusión seria acerca de cuál debería ser la estructura impositiva, o de qué tipo de bienes y servicios debe proveer el gobierno. No, de lo que se trata es de no pagar, y para eso no se requiere lógica, ni datos, ni verificaciones de información. Es pura víscera.
El paquete fiscal que el gobierno ha propuesto incluye un incremento de dos puntos en el impuesto sobre la renta, una contribución de 2% en todos los bienes y servicios, y pequeños incrementos en impuestos especiales (cerveza, alcohol, tabaco), más un nuevo impuesto de 4% en telecomunicaciones. Ninguno de estos movimientos es de gran envergadura, ninguno produce un gran daño a nadie. Los costos se distribuyen razonablemente, puesto que el 2% general amplía la base, como unos piden, mientras que los dos puntos del ISR se cobran sólo a quienes ganan más de cinco salarios mínimos mensuales, evitando dañar a los más pobres. Es decir, es sólo un pequeño ajuste fiscal que apenas generará 150 mil millones de pesos, exagerando.
Las respuestas, sin embargo, son desproporcionadas: ni un peso más, no al alza de impuestos, primero que el gobierno sea eficiente, reducción del sueldo de los funcionarios, y súmele las cosas que ha oído y que no se pueden publicar. Estas respuestas, sin punto de comparación con las medidas del gobierno, son una excelente muestra de la calidad de los mexicanos, de su solidaridad, esfuerzo y unidad.
Más allá del discurso, los hechos nos revelan como somos: profundamente egoístas, terriblemente enojados, y en el fondo dispuestos a que se hunda el país, si podemos a cambio salvar nuestro pedacito de riqueza.
No es la primera vez que esto ocurre. Así fue como perdimos la mitad del territorio en la guerra de 1847. Era la primera vez que México funcionaba como una República Federal, y frente a la invasión, 12 de los 21 estados que entonces existían decidieron no aportar ejército ni recursos al gobierno federal para enfrentar a Estados Unidos. Esos 12 estados decidieron defenderse por su cuenta, para cuando los invadieran. Eso nunca ocurrió, como puede usted imaginar, porque no era necesario. Bastaba tomar la ciudad de México para forzar a este país a ceder la parte del territorio que los estadounidenses querían. De esa manera perdimos nuestro territorio, y así, parece, queremos perder nuestro futuro, defendiendo nuestras pequeñeces… será merecido.

Régimen y corrupción

Macario Schettino
25 de septiembre de 2009

Discutimos hoy nuestros problemas como si fuesen nuevos, como si por generación espontánea hubiesen aparecido, como si todo nos viniera de fuera, importado por los desclasados, los traidores, los malos mexicanos. Pura imaginación: hoy cosechamos lo que hemos sembrado, nada más, nada menos.

El régimen de la Revolución Mexicana se construyó sobre una base corporativa, consistente en sindicatos creados desde el mismo grupo ganador de la guerra civil, en centrales agrarias (campesinas) hechas por ellos mismos, en empresarios asociados con ellos y en intelectuales dedicados a cantarles loas y reescribir la historia en su beneficio. Sostener a esos grupos era costoso, pero de eso dependía la supervivencia del régimen, de forma que toda la estructura económica de este país se construyó con ese objetivo. Nunca para crecer, ni para terminar con la pobreza, ni para alcanzar la justicia social, como tantas veces se dijo en el transcurso del siglo. Todas y cada una de las decisiones tomadas en México desde 1935 en adelante tuvieron como objetivo primordial la supervivencia de ese régimen corporativo.

Cuando hoy se quejan de la corrupción imperante en México no queda más que sorprenderse. ¿Qué esperaban? La construcción de un régimen premoderno, como lo fue el de la Revolución, implica características que, desde la visión moderna, son corruptas, pero que desde la premodernidad son simples requisitos indispensables. Para los ganadores de la guerra civil, era inimaginable no cobrar sus servicios a la patria desde el gobierno. Por eso todos los ganadores se convirtieron en flamantes empresarios, asociados con antiguos ricos o financiados con los dineros del erario. El primer millón de pesos que perdió el Banco de Crédito Agrícola fue en un crédito al ex presidente Obregón, que nunca pagó. Baste como ejemplo.
El patrimonialismo, es decir, la concepción del gobierno como un patrimonio de quien se encuentra en él, fue normal en los tiempos previos a la modernidad, en todas partes. Desde nuestra perspectiva actual, es corrupción. Y no se agota en los viejos métodos de simplemente tomar el dinero público, robo vil, sino que se institucionaliza en la utilización de todas las herramientas del Estado para sostener al grupo que, con las armas, había alcanzado un poder que sólo dejaría frente a otras armas, como claramente dijo el hombre que encarnaba al régimen: Fidel Velázquez.
Digo que todas las decisiones que se tomaron tenían como objetivo la preservación del régimen, y no el crecimiento del país o la derrota de la pobreza. Esto significa que todas las instituciones creadas por el régimen de la Revolución han tenido como objetivo primordial el mantenimiento de ese régimen corporativo, así de manera tangencial hayan podido ofrecer algún beneficio al país. Por eso no debería sorprender a nadie que Pemex, más que ser un pilar del desarrollo, sea una fuente de corrupción e incompetencia, lo mismo que las empresas eléctricas. No debería sorprender a nadie que el IMSS esté quebrado, puesto que así lo estuvo desde su misma fundación. No debería sorprender a nadie que los jóvenes mexicanos sean convertidos en inútiles mediante un sistema educativo construido precisamente para eso: para reproducir al régimen mediante el autoritarismo en el salón de clases y la repetición como mecanismo destructor de toda creatividad y pensamiento crítico.
¿Que el gobierno gasta mal? Claro, si sobra la mitad de los trabajadores de Pemex y toda Luz y Fuerza del Centro; si con lo que nos cuesta el sistema educativo deberíamos tener el nivel de Europa mediterránea, y nuestras universidades públicas deberían producir más que las españolas; si con lo que invertimos en el campo debería ser imposible que hubiese pobres en él. Pero estos malos gastos no lo son, vistos desde la premodernidad, y por eso tantos mexicanos, dañados por ese sistema educativo, creyentes en los mitos revolucionarios, siguen y seguirán defendiendo a ese Estado patrimonialista, corrupto y corruptor, pero nacionalista revolucionario.
Los problemas del México actual son resultado de un régimen político construido para controlar a una nación de perpetuos adolescentes, a quienes se les extraían rentas para financiar con ellas a los grupos corporativos. Cuando estas rentas fueron insuficientes, se apeló a la deuda externa, y después al petróleo. Durante todo ese tiempo, el daño al país fue creciendo, hasta llevarnos al borde de la destrucción del Estado, que es en donde estamos hoy.
Todos (nadie) son responsables de lo que ha pasado. Porque todos soportaron a ese régimen por décadas, y porque todos celebraron las grandes victorias de la Revolución Mexicana, y lo siguen haciendo. Se niegan a entender que se ha tratado de un gran engaño, que sólo puede enfrentarse aceptándolo como tal. Fuimos engañados durante el siglo XX y nos mantuvimos en la perpetua adolescencia, derrochando las pocas riquezas de este país.
Necesitamos responsabilizarnos, actuar como ciudadanos, hacernos cargo de nuestras obligaciones. Necesitamos destruir esa Revolución Mexicana que nos tiene derrotados al interior de nuestras mentes, para alcanzar la victoria fuera de ella: un país del que podamos sentirnos orgullosos.

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Profesor de Humanidades del ITESM-CCM